Hermanos Coen – Barton Fink


«¿Pero qué coj…?»

Barton Fink – EEUU – Dir: Joel Coen, 1991

En su cuarta película los Coen entran en un terreno más experimental. La acción transurre en una época cercana a la de Miller’s Crossing (años 50), pero son dos films totalmente distintos. Un John Turturro con muchísimo pelo pasa de secundario a protagonista, interpretando al personaje titular. La historia es muy básica: Barton Fink, un dramaturgo que acaba de tener su primer éxito en Nueva York, recibe una oferta para pasar una temporada en Hollywood escribiendo guiones, a cambio de una más que generosa retribuición. Aunque el joven autor quiere seguir escribiendo sobre su tema fetiche, «el hombre corriente» y teme frivolizarse en California, su agente le anima a aceptar la oferta.

Fink se instala en un modesto hotel californiano, y allí intenta dar forma a su guión cinematográfico, pero la tarea le resulta mucho más difícil de lo esperado, entrando en un bloqueo creativo. Para empeorar las cosas, el ambiente del hotel no es el más propicio, pues además de hacer un calor sofocante hay todo tipo de ruidos extraños y distracciones. Pronto desubre que su vecino de habitación es el prototipo de «hombre corriente» al que tanto desea retratar con sus obras, pero aunque traba buena relación con él ignora sistemáticamente las historias que éste trata de contarle. Barton se encuentra casualmente con un viejo escritor al que admira muchísimo, afincado en California junto a su secretaria-amante, y lo ve como la persona ideal para ayudarle a romper su bloqueo. Desgraciadamente, pronto descubrirá que su tótem también se encuentra muy lejos de su estado creativo más fértil. Pero cuando el angustiado dramaturgo se ve involucrado en un horrible crimen, su crisis creativa se convertirá en una preocupación secundaria.

Seguramente el problema de Barton Fink sea que, mientras que en sus tres films anteriores los Coen tenían bastante claro lo que querían contar, en esta ocasión resulta bastante difícil saber cuál es el mensaje o idea central. Desde luego, la película es una reflexión sobre el acto de la creación literaria y la pretenciosidad que a menudo lleva emparejada, pero más allá de ahí no se aprecia ningún tema sólido, y el guión carece de la suficiente cohesión para absorber al espectador. En la última media hora se opta directamente por el surrealismo, trufando la película de una simbología totalmente críptica, que de ninguna forma puede ser significativa para el público general. Si bien la historia alcanza un desenlace, queda la impresión de que no se ha contado nada especialmente interesante, y de que una premisa con potencial ha sido desperdiciada. Si leéis alguna crítica por ahí diciendo que éste es un film profundo, lleno de todo tipo de mensajes y hallazgos, no os fiéis: os están tomando el pelo.

Lo más aprovechable de Barton Fink son las interpretaciones, especialmente la de un John Goodman que me resulta más agradable haciendo de «hombre de la calle» que en personajes más artificiosos, como el que interpretaba en Raising Arizona. A destacar también John Mahoney y Judy Davis como el escritor y su secretaria, especialmente la segunda, aunque su personaje acaba siendo desperdiciado. La ambientación es muy correcta, creando una atmósfera interesante, y todo el aspecto visual es irreprochable, mitigando un poco el errático rumbo del guión. Respecto a las anteriores películas de los Coen, repiten el protagonista Turturro, Steve Buscemi, John Polito y el citado Goodman; esta vez Frances McDormand se queda sin su papelito. En definitiva, una película que si bien no carece de mérito y se deja ver, no puedo recomendar excepto a los completistas de los hermanos neoyorkinos, a los muy fanáticos del Hollywood de principios del siglo XX o a quienes disfruten los ejercicios radicales de estilo.
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Revolución twittera


«¡Mira mami, soy inconformista!»

Es el tema del momento, el trending topic, que dicen ahora: unos cuantos miles de individuos variopintos han decidido okupar la Puerta del Sol con el único nexo común del descontento. A través de mis propias observaciones y examinando múltiples opiniones, he intentado vislumbrar qué podría haber de meritorio o duradero en este tan improvisado movimiento, y finalmente he sacado unas conclusiones bastante claras: es ésta una revolución de poquísimo peso y calado, con una fecha de caducidad tan cercana como el próximo domingo. Entiendo -de verdad lo hago- a los que quieren buscar un contenido significativo a esta protesta, remitiéndonos a su germen allá por noviembre, tras la aprobación de la ley Sinde, y nos repiten los tres supuestos puntos básicos que aglutinan a todos los que la apoyan. Lamento decir que vale más la buena voluntad de estos defensores que lo que en realidad se está cociendo en la emblemática y maltratada plaza madrileña.

Parece que, efectivamente, hay tres puntos son comunes a todo el batiburrillo ideológico de la acampada (cambio de ley electoral, separación de poderes y listas abiertas). El problema es el abundante y pesadísimo equipaje que los heterogéneos manifestantes han añadido a ese esqueleto principal. Basta con dar un rápido vistazo a la congregación para ver que, más allá de una supuesta neutralidad ideológica, hay una aplastante predominancia de las múltiples variantes de la izquierda, desde sus versiones supuestamente ligeras como las juventudes de IU (comunistas, aunque se avergüencen de decirlo) al puro y llano perroflautismo; y si nos paramos a escucharles, obviamente ya no es tan fácil estar de acuerdo con lo que se demanda. Además, para ser un grupo que supuestamente llama al debate y la reflexión, se han visto lamentables muestras de intolerancia (un «representante» de uno de los subgrupos espetaba a una reportera: «¿Sois de Telemadrid? Vete a la mierda de aquí» (sic)). Imposible también ignorar la presencia de personajes que llevan años haciendo bandera del sectarismo más insufrible, como Guillermo Toledo, y la de otros que no producen tanto rechazo, pero sí cierto sonrojo por seguir fantaseando con la revolución ya en los albores de la cincuentena, como Álex de la Iglesia.

Y claro, me dirán: lo que importa no es quién se sube al carro, quién mete ruido, sino las ideas meritorias que se están defendiendo. Pues no, al contrario: cuando se proponen modelos a la sociedad, es fundamental con quién te juntas y con quién apareces a la hora de haerlo. Las ideas son transmitidas por personas, que las avalan con su trayectoria personal. Poco o nada provechoso pueden avalar personajes como Toledo, ni tampoco ningún representante de la totalitaria y confiscatoria ideología del comunismo. ¿Cómo es posible quedarse sólo con los 200, 300 o 500 que únicamente defienden los tres puntos básicos de la protesta e ignorar a los otros 5000 que se descuelgan reclamando viviendas gratis, nacionalizaciones, servicios sociales y demás lista de la compra de los estadoadictos? La protesta-propuesta de Sol es demasiado heterogénea, carece de articulación y se sostiene en pilares demasiado frágiles, a saber: muchas personas compartiendo el mismo espacio físico, un tiempo que acompaña -de momento- y el atractivo para unos medios deseosos de llevarse algo a la boca en una campaña electoral mayormente anodina. Es una revolución de usar y tirar, que se resume en dos minutos de telediario y un puñado de tweets, transmitidos -aunque no neesariamente- desde el propio lugar de la acción, porque es «donde hay que estar». Y si se puede resumir en píldoras de 140 caracteres es porque realmente no hay más que contar. Un mayo del 68 igual de vacuo que el original, pero ni siquiera con el drama de la violencia, con smartphones en vez de adoquines.

El horizonte, como decía antes, llega hasta el domingo, día de las elecciones municipales, por supuesto violando la «jornada de reflexión», concepto por otra parte ya ridículo y obsoleto. Hay quien teme que esto no sea más que otra maniobra teledirigida para intentar amortiguar el batacazo del PSOE. No sé qué habrá de cierto, pero sinceramente lo dudo, como dudo que vaya a tener una influencia más allá de lo anecdótico en los resultados. Llegamos pues a la gran pregunta: ¿qué hacemos con nuestro descontento, a quién votamos para romper la rueda infernal del bipartidismo? Pues oye, son unas municipales/autonómicas: al que más convenga donde vivas. Si eres de Leganés, igual te molesta, entre otras cosas, que haya un busto del terrorista Ernesto Guevara en la calle; si vives en el País Vasco, quizá tu voto contribuya a frenar la definitiva deriva de la región writing an essay al totalitarismo; puede que te haga tilín el candidato a alcalde de UPyD en tu pueblo; o si miras el programa de un partido de esos que llaman de «ultraderecha», igual se identifica con tus ideas y necesidades más de lo que pensabas.

En suma: vota, a quien te salga del nabo, pero hazlo, aunque sea en blanco. Y si te sabe a poco, si piensas que así nada cambia, movilízate, pero no tocando los cojones en la Puerta del Sol: forma un grupo de canción protesta rock o punk; escribe un ensayo y cuélgalo en internet; habla con libertad y claridad a los de tu círculo; lee y fórmate; estudia una carrera de verdad y con demanda en el mercado; haz un blog como el genial «Destruir Zaragoza«; busca una idea y abre una empresa; ten hijos y edúcalos. Resumiendo, sé sociedad civil y pregúntate lo que puedes hacer, no lo que pueden hacer por ti. Y si realmente estás hasta los huevos de España, puedes intentar emigrar y empezar de cero. Tampoco estará de más recordar que la vida no es perfecta, y que crisis y descontentos ha habido siempre. Esperanza aún queda (no es homenaje a Aguirre), y cosas que hacer también; pero en las que yo haga, desde luego no tendré a los campistas de Sol como compañeros de viaje. Al acabar esta micromoda, cuando se despeje la vía pública y surjan los nuevos trending topics, sólo pido dos cosas: que devuelvan el cartel de Tío Pepe a su sitio y que Gallardón impida la mendicidad encubierta en una plaza que tras su reforma iba a ser teóricamente un lugar de solaz y paseo. A ver si de su afición a prohibir acaba saliendo algo bueno.
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