Wong Kar Wai – Chunking Express: Pagafantas chinos

Chung Hing sam lam – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994

En su tercera película, Wong War Kai nos muestra por primera vez la estética que se ha convertido en su marca distintiva, basada en colores vivos y de fuertes contrastes, generalmente en ambientes nocturnos. Sin embargo, por bien fotografiada que esté una película, el tiempo que puede mantener nuestra atención es bastante limitado si no existen estímulos adicionales, o así es en mi caso. En esta ocasión, Kar Wai opta por contarnos dos historias: la primera, de una duración brevísima (podría funcionar perfectamente como un corto) está protagonizada por un policía de paisano que trabaja en Hong Kong cuya novia acaba de dejarlo. Dominado por la melancolía, no puede dejar de pensar en su ex y diariamente cumple un extraño ritual consistente en comprar una lata de piña en conserva con fecha de caducidad del 1 de Mayo. Éste es el día en que cumple años, y también lo relaciona con la chica, que se llama May. Su idea es que si sigue esta rutina, de algún modo recuperará a la chica antes de esta fecha. El segundo personaje de la historia es una mujer enigmática, siempre ataviada con gafas de sol y una peluca rubia, de quien pronto descubrimos que se dedica al peligroso negocio del narcotráfico, usando como «mulas» inmigrantes indios residentes en Hong Kong.

Lo cierto es que en este segmento del film ocurren poquísimas cosas: el policía se esmera en buscar las latas que necesita para su ritual, lógicamente más escasas según se acerca la fecha, y mientras tanto busca mitigar la soledad llamando a los contactos de su agenda, tan desesperadamente que incluso llama a compañeras de primaria. Mientras, la contrabandista ve cómo sus planes se complican enormemente, y además es despechada por un occidental que trabaja en un club nocturno (o eso parece al menos, es una parte de narrativa muy confusa). Finalmente ambos personajes coinciden, en un encuentro en el que no saltan chispas precisamente.

Poco después el foco salta para centrarse bruscamente en el puesto de comida donde el policía paraba de vez en cuando. Allí conocemos a Faye, que acaba de empezar a trabajar como dependiente, y a otro policía. Este nuevo agente trabaja de uniforme, y no sabemos su nombre, sólo su código. Todas las noches compra su cena en el puesto callejero. Aunque apenas intercambian unas palabras y él no parece tener ningún encanto especial, Faye se enamora inmediatamente, pero no hay nada que hacer, porque su objeto de deseo está viviendo con una atractiva azafata. No obstante, la pareja pronto se rompe y, como pasó con su antecesor, el agente cae en estado de abatimiento, que intenta combatir conversando con los muñecos y objetos de su casa, tales como pastillas de jabón o toallas (no me lo invento). La casualidad lleva a Faye una copia de las llaves del piso del policía, y a partir de ahí empieza una dinámica un tanto absurda: ella empieza a colarse regularmente en el apartamento, limpiando y ordenando, y también cambia cosas de sitio e incluso trae algunas nuevas, pero increíblemente él no parece darse cuenta. Sin embargo, el trato entre ambos sigue siendo superfical, de «colegas», sin que ella se decida en ningún momento a declararse, prefiriendo seguir con sus inquietantes allanamientos de morada. Él, por su parte, parece incapaz superar el trauma del abandono, careciendo incluso del coraje para abrir una carta de su ex.

Llegados a cierto punto del metraje, esta historia llega a ser irritante: ni se producen avances significativos ni los personajes resultan interesantes, mostrando un comportamiento más propio de adolescentes inmaduros que de adultos. No se muestras relaciones sanas y normales entre sexos opuestos, sino hombres serviles y obsesionados con las mujeres que los dejaron. Tampoco ayudan elementos como el uso machacón del tema California Dreaming, que al parecer Faye necesita escuchar en todo momento a gran volumen. Hasta nueve veces llega a sonar en la película, un recurso más propio del cine aficionado que del profesional, contribuyendo a colmar la paciencia del ya agotado espectador. Poco se puede reprochar al trabajo de los intérpretes, que hacen lo que pueden con los insulsos personajes que se les confían. Citar como curiosidad que el primer policía es encarnado por un actor japonés, Takeshi Kaneshiro, que en algunas escenas usa su propio idioma. Tony Leung trabaja por segunda vez a las órdenes de Kar Wai, tras su enigmática aparición al final de Days of being wild, y por cierto se pasa media película en calzoncillos. Los espectadores occidentales quizá reconozcan a la cantante Faye Wong, que interpreta a la dependiente y sale muy mona, pese a su corte de pelo algo masculino. Unos años después de hacer este papel obtendría éxito internacional con el tema Eyes on me, del juego Final Fantasy VIII. Valerie Chow aporta al film su enorme atractivo, aunque su papel de la azafata es muy breve.

Chunking Express resulta, en suma, una película fallida, y sólo puede destacarse como el trabajo en que Wong Kar Wai encontró su estilo visual, por más que los groupies del director se empeñen en adjudicarle una gran categoría artística. Sinceramente, me cuesta creer que alguien con una mínima madurez emocional pueda disfrutar con este título. Si bien la excelencia visual siempre es una meta muy loable en el cine, películas como ésta son ejemplo clarísimo de que se necesita algo más para ofrecer trabajos sólidos e interesantes.
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