Ángeles Caídos: Más allá del aburrimiento


«O acabas de ver la peli o te liquido.»
«¡Sí, por favor, que termine de una vez este sufrimiento!»

Duo luo tian shi – Hong Kong, 1995 – Dir: Wong Kar Wai
Título español: Ángeles Caídos

Debo darme prisa en completar esta crítica, porque vi la película hace sólo unas semanas pero ya estoy a punto de olvidarla totalmente. O quizá sea mejor escribir así, con cierta perspectiva, para dar idea del poco poso que deja el film. Ángeles Caídos tiene la peculiaridad de estar planteada como una especie de secuela de Chunking Express, la tontísima película del mismo director sobre a que escribí no hace mucho. No aparecen los mismos personajes, pero la dinámica es muy parecida y se reutiliza a algunos actores, en los mismos o parecidos entornos.

Si algo queda claro tras ver las primeras obras de Wong Kar Wai -director que cada vez me resulta más cargante-, es que no le gusta elaborar en exceso los argumentos. Normalmente plantea una premisa sencillísima entre una o más parejas hombre-mujer y los deja moverse en su pequeño universo urbano, sin hacer cosas de gran trascendencia. La primera pareja de Ángeles Caídos está formada por una especie de mafiosos: él es un asesino a sueldo, pero no quiere saber nada del negocio más allá de apretar el gatillo, y lleva el aspecto «administrativo», encontrado los encargos y gestionandoel dinero. El único nexo de unión entre ambos es un piso destartalado que usan como base del negocio, en el que nunca coinciden físicamente por seguridad. Su único contacto desde hace años es mediante fax o mensajes de busca.

Se da la circunstancia de que, pese a su condición de hampones, ambos son guapísimos, especialmente ella, que parece recién bajada de una pasarela de moda, por físico y vestimenta. Sin embargo, debemos creernos que esta muñequita, en vez de escoger cualquier profesión que le daría casi el mismo dinero que el crímen, de forma más ética y mucho menos arriesgada, prefiere seguir con su sangriento negocio. Apesta a inversímil desde Hong Kong. Pero no sólo eso, sino que se nos cuenta que la chica está locamente enamorada de su socio, al que no ve desde hace años, e incluso es posible -este punto no está muy claro- que haya visto una única vez. Tal es su obsesión con él que incluso escudriña en la basura del piso que comparten para saber qué ha estado haciendo y se abandona a furiosos ataques masturbatorios, profusamente mostrados por Kar Wai. Todo muy creíble también. Él, por su parte, es un nihilista total, y se dedica a vivir al día sin establecer lazos con nadie, ni siquiera su socia. Su profesión sirve como excusa para meter un par de escenas de tiros a lo John Woo.

El otro protagonista masculino está interpretado por el japonés Takeshi Kaneshiro, que en Chunking Express hacía del pagafantas que compraba todos los días una lata de piña como ritual para recuperar a su novia. Aquí interpreta a un mudito («me quedé así por tomar una lata de piña caducada de pequeño», dice en un guiño a la otra película) bastante mal de la cabeza, que se dedica a recorrer la ciudad por la noche e irrumpir en negocios cerrados (una barbería, una carnicería, un puestos de helados…), ejerciendo de patrón en ausencia de los dueños. La mayoría de sus clientes lo son por obligación, aceptando sólo sus servicios tras ser amenazados físicamente. Éste es el intento de Kar Wai de hacer comedia, y aunque puede arrancar alguna sonrisa, sinceramente es bastante forzado y fallido. En un momento del film, este mudo se enamora de una amiguita suya aún más loca que él, obsesionada con una tal «Rubia» que le ha robado el novio, y a la que buscarán en un periplo surrealista por la ciudad. También se toca la relación del personaje con su padre, al cual le gusta grabar con una videocámara. Es un hombre sencillo que, pese al afecto que siente por su hijo, es incapaz de entender sus excentricidades.

No hace falta que me creáis, vedla un rato vosotros mismos.

De Ángeles Caídos hay que destacar, ante todo, que es una película lentísima, de las que consiguen el prodigioso efecto físico de dilatar el tiempo. Cuando aún no había transcurrido ni una hora de metraje, me parecía que había sido hora y media, y el tedio me había atenazado por completo. Es muy raro que me sienta tentado de dejar una película a medias, pero esta vez aguanté exclusivamente para no dejar a medias la crítica. No existe apenas interacción entre los personajes, y la que hay resulta anodina. El asesino se encuentra un día a una ex-novieta pirada a la que no recordaba y la convierte, en pseudoligue permanente, sin mucha motivación y sin que ocurra nada reseñable entre ellos. Las escenas de tiros en las que se ve envuelto parecen casi ajenas a la película, sin enmarcarla en ningún caso en el género de acción. La resolución de los tenues hilos argumentales es anodina, y deja la calidad humana de algún personaje aún peor de lo que estaba al principio.

Así pues, todo falla menos una cosa: la fotografía de, Christopher Doyle, que nuevamente es la verdadera estrella de la película. De hecho, creo que debería figurar como co-autor junto al chino, el primero aportando el espectacular despliegue visual (lo único que vale la pena de las obras que hacen juntos) y el segundo la plúmbea excusa argumental y los risibles diálogos. En Ángeles Caídos el británico supera todas sus colaboraciones anteriores con Kar Wai, demostrando una enorme maestría en la composiciónde los planos y, especialmente en el color, en esta historia integramente nocturna. Nadie que yo conozca fotografía la noche en la ciudad como Doyle. Pero desgraciadamente esto no es un corto de diez minutos que puede sostenerse en la imagen, sino un largometraje con muy poco vuelo.

Los actores son todos guapos y competentes, pero les toca trabajar con un material terrible. Puede destacarse la espectacular belleza de Michelle Reis, quien poco puede hacer por salvar su increíble papel de mafiosa. La vis cómica y el bilingüismo de Kaneshiro también merecían un mejor fin. Ángeles Caídos no funciona como ente individual ni como pareja de Chunking Express, un paralelismo por otro lado simplemente anecdótico, en lo que podríamos llamar «la bilogía del aburrimiento». La primera historia es más pastelosa y la segunda más ácrata, pero ambas son igualmente plomizas. Aún me quedan muchas obras por ver de Kar Wai, pero voy teniendo claro que es uno de los casos más flagrantes de «estilo sobre sustancia» en el cine contemporáneo.
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