Blade Runner 2049 – La película replicante

Título original: Blade Runner 2049 – EEUU, 2017 – Dir: Denis Vileneuve
.ATENCIÓN – Esta crítica contiene numerosas revelaciones sobre la trama.

Llega 35 años después la secuela de Blade Runner, film que podemos calificar, fácilmente, como el mejor de ciencia-ficción de la historia junto con 2001. Ridley Scott se bajó del barco (¿abrumado por el reto?), entregando pertrechos a la «joven promesa» Denis Vileneuve (50 años, pero aparentemente en su efervescencia creativa). Hacer una secuela de Blade Runner es una apuesta de alto riesgo: ese mundo definitivamente admitía una expansión, pero un fracaso significa quedar muy tocado. ¿Qué tal librado salió el nuevo director?

Vileneuve empieza de forma inteligente, con una secuencia diurna que marca una diferencia visual con la primera película, la cual transcurría integramente de noche (si bien pronto se vuelve a la atómsfera nocturna). Los primeros compases transcurren agradablemente, fijando el tono estético y narrativo. Aunque no se puede negar que Vileneuve tiene su propia voz, aquí tanto él como Hans Zimmer están canalizando el trabajo de Scott y de Vangelis, respectivamente. Sí, definitivamente todo ocurre en el mismo mundo de la primera parte, y reconocemos varios elementos distintivos de la misma, como la interacción con tecnologías que permiten escudriñar y «aumentar» la realidad a fondo (algo que era ciencia ficción en 1981 y hoy es parte de nuestra vida cotidiana). Gran acierto recuperar el icónico edificio de la Tyrell Corporation (ahora propiedad del personaje Wallace), e incluso creo que hay un plano que se ha insertado directamente de la primera película.

Pero si algo nos ha enseñado el cine moderno (por ejemplo la franquicia Star Wars) es que recrear estilos antiguos, si bien requiere una gran maestría técnica, puede realizarse de forma casi mecánica, contando con los artesanos y el presupuesto adecuados. Sigue haciendo falta la mano que insufle a todo de propósito, dirección y estilo, y ahí Vileneuve no sale tan bien. No es que falten elementos interesantes: la premisa de una replicante capaz de reproducirse tiene mucho potencial, y el romance del Blade Runner «K» con su novia virtual está bien desarrollado, pero van pasando los minutos y la cosa no acaba de amalgamarse correctamente. Hablando de la novia virtual, tremenda irrupción de Ana de Armas en Hollywood, directamente como coprotagonista en una producción de esta entidad. La muchacha es bellísima y parece hacer un trabajo correcto, si bien no puedo juzgar su inglés porque vi la película doblada.

Llegamos a la marca de la hora y media con un conjunto que se sostiene dificultosamente, en la frontera entre rematar un relato interesante o de colapsarse. Lo más interesante hasta ese momento el cameo de Edward James Olmos y la relación de «K» con la jefa de policía, una madura Robin Wight-Penn. El punto más débil sin duda es la primera secuencia de Jared (Pa)leto como Wallace, un «villano con complejo de Dios» tan tópico que parece salido de la web TV Tropes. Cuando vemos el nacimiento de una bella replicante y el tipo la raja de inmediato con un bisturí por ser «imperfecta», estamos ante el primer indicio grave de que la película está naufragando.

La aparición de Deckard, la cual debería suponer el repunte de la historia, se convierte en todo lo contrario. Para empezar, ¿dónde coño vive el tipo? En una especie de cementerio nuclear (con filtro naranja constante, por si no queda claro) pero lleno de gigantescas y bellas estatuas, que nadie sabe por qué están ahí, pero que quedan bonitas. También vemos que Deckard se dedica a la apicultura, un trabajo similar al del primer replicante de la película. Serán abejas inmunes a la radiación, supongo. La verdad es que el personaje no parece nada dado a esas labores, y además, ¿cuál es su propósito, hacer miel? ¿Para qué, si al parecer está totalmente aislado y posee suministros ilimitados de alimento? («Tengo millones de botellas de whisky»). Eso sí, a un madrileño le hace mucha ilusión ver que el interior del edificio donde vive es el Palacio de Correos de Madrid (corrección: de hecho, esta escena está filmada en Budapest).

En fin, el antiguo Blade Runner reside en un casino abandonado, con una sala de fiestas holográfica que sólo sirve para epatar visualmente (¿cómo funciona puese a la radiación y a no tener mantenimiento? ¿de dónde sale la energía?). Deckard y K tienen una pelea a puños en la que el primero parece imponerse, pese a que sabemos perfectamente que su fuerza es normal y la de K sobrehumana; de hecho, un rato después este último atraviesa una pared en medio de una leve carrera, violando toda la física conocida. Toda la historia de Deckard es poco convincente: se confirma que es el padre de la «niña milagro», pero se desentendió de ella «porque era lo mejor»; y además luego se perdieron los registros y era imposible localizarla, pero sin embargo hay una «resistencia replicante» (subtrama que no va a ninguna parte) que sabe perfectamente dónde está y no ha hecho nada por ponerlos en contacto. ¿Realmente no ha encontrado Deckard nada mejor que hacer con su vida que leer, criar abejas y emborracharse? Ford está teniendo un triste final de carrera, enturbiando sus tres papeles más emblemáticos.

Cuando Wallace atrapa a Deckard, la película se hunde definitivamente. Su objetivo es obtener la clave de la reproducción de los replicantes, y para ello necesita cierta información de su prisionero. ¿Cuál? ¿Acaso es Deckard experto en biotecnología? Si tienes al padre vivo y los restos mortales de Rachel, ¿por qué no te dedicas a analizarlos e intentar desentrañar el misterio? El punto más bajo llega cuando aparece el clon de Rachel, una recreación computerizada de Sean Young cuando era joven. ¿¿Pueden por favor dejar de usar esta técnica en el cine?? Vale, es un gran logro técnico, pero en la inmensa mayoría de los casos resulta ridículo, siniestro y no aporta nada. Además, resulta que a Deckard no le gusta el clon y la «secretaria» de Wllace decide despacharla sumariamente, como si estuviéramos en un capítulo de Narcos. ¡¿Por qué?! ¿Quién la autorizó? ¿Habían acordado darle un tiro en la cabeza si no funcionaba de inmediato? Por cierto, esta secretaria, que es el 2º personaje que más aparece en el film, podría haber sido interesante, pero degenera rápidamente en una especie de sicaria ridícula, y al parecer también algo ninja, pues puede matar a la comisaria de Los Ángeles en su propio despacho sin ningún tipo de consecuencia. Pero eso sí, llora las primeras veces que acuchilla a personas. ¡¡¡Por favor!!!

La traca es cuando Wallace llega a la conclusión de que hay que torturar a Deckard, y por algún motivo absolutamente ignoto eso requiere llevárselo a las colonias espaciales (por cierto, oportunidad de oro perdida para mostrarnos las famosas colonias y, por qué no, la puerta de Tannhauser). Y esas son las únicas dos escenas de Leto, un «malo» principal que figura prominentemente en el cartel y que está 10 minutos en la película. Se entiende su motivación, pero todo lo demás es fallido en él: su crueldad caricaturesca, sus métodos, sus implantes cibernéticos («¡eh, espectador! ¡es menos humano que los replicantes!») Qué diferencia con ese personaje tan interesante que era Tyrell.

¿Cuál es el mayor pecado de la película? No haber conservado la prístina claridad narrativa del original, el cual puedes ver en total relajación y no perder ningún detalle importante; aquí hay varias cosas que no quedan claras (¿de dónde saca K el ADN de bebé que analiza, del patuco que había oculto en el piano? ¿Qué es esa explosión que se produce en el casino de Deckard?). El segundo pecado es la duración: El largometraje es un formato que encuentra su punto dulce entre los 80 y los 110 minutos, todo lo que supere eso necesita una justificación muy específica (haz una miniserie si te quedas corto) y casi siempre agota al espectador. Las brutales 2 horas y 40 minutos de «2049» hacen sus pecados mucho más difíciles de perdonar.

Hay otros detalles menores, como la resolución del romance entre K y su novia virtual Joi; la «escena erótica» que comparten se basa en un efecto visual raro y que no funciona; K decide sacarla de la red, sólo hace una copia de respaldo y se la lleva a una misión peligrosa (uh…); en un momento dado descubrimos que todos los modelos de Joi tienen el mismo físico. Vamos a ver, ¿puedes hacer replicantes de carne únicos pero todos tus humanos computerizados son iguales? Gracias, Vileneuve, ya nos damos cuenta solos de que es una mujer artificial. Luego, la banda sonora no logra ni de lejos la misma integración en la historia que el original. Aunque Zimmer logra una aceptable réplica del Vangelis ochentero, su partitura está básicamente de fondo. Eso sí, no se privan de usar el tema de muerte de Roy Batty en la última secuencia para una manipulación emocional de todo a cien. Todo el aspecto visual, tan sobresaliente en el original, aquí es simplemente pulcro y cumplidor, con pocos momentos brillantes.

En fin, la película es digna pero en último término totalmente fallida, esa es la realidad. Gosling está correcto en todo momento pero no puede salvar el material, y Vileneuve se destapa como otro director incapaz de aplicar la economía narrativa. Las buenas críticas me indican que el espectador criado visualmente en los 80 hoy se conforma con reconocer los guiños a los originales cuando ve un «remake», pero el fracaso en taquilla está sobradamente justificado. Realmente es una pena que se estropee así un superclásico, pero bastará con hacer un esfuerzo por olvidar esta secuela. Esta vez no harán falta múltiples ediciones para encontrar la versión definitiva de una joya; la única que podría valer la pena es una con muchos, muchos menos minutos.
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¿Una España muerta de inanición?


No voy a escribir sobre cómo hemos llegado hasta aquí, porque creo que todo el mundo lo tiene más o menos claro, pero sí sobre lo que creo que pasará. En realidad, empezaré por lo que no pasará:

No habrá declaración de independencia. Una cosa así se hace o no se hace, y el hecho de que estén anunciándola «para un día de estos» indica que no existe una intención real. No por falta de ganas de Puchdemón y Yunqueras (les sobran), sino porque para tirarse a una piscina esta ha de tener agua, o como mal menor estar vacía; esta no está sino llena de mierda. El duo calavera no tiene NADA en qué sostener tal declaración, toda vez que el «referéndum» fue una charlotada sin ningún tipo de validez ni en la mente del separatista más delirante. Pero eso es casi lo de menos; existen varios motivos de mayor peso para que el gordo y el flaco se cuiden mucho de dar semejante paso. Entre ellos:

– El no declarar la independencia es lo único que los separa de la orden de arresto que el Estado ha estado evitando tanto tiempo. Pero pronto comprobarán que hasta el gobierno más pusilánime, en caso de ser arrinconado y no quedarle otra salida, se revuelve para defenderse.

– Con la actual polarización social, la declaración supondría casi con seguridad un baño de sangre; probablemente no se sabría bien cómo ni por qué empezó, pero ocurriría. Tampoco es que a la pareja esto le preocupe mucho per se, pero sí las consecuencias (penales y de estigmatización) que tendría para ellos.

– El «estado catalán» recién proclamado tendría una nula viabilidad. Quizá contarían con un pseudoejército formado por los mossos (sólo los separatistas, ojo), pero no estaría reconocido por ningún país del mundo excepto dos o tres parias internacionales, carecería casi totalmente de financiación (adiós al FLA y cualquier otro ingreso proveniente de España), y por no tener no tendría ni moneda. Pero aun sin por algún motivo se les permitiera permanecer en la zona Euro, hay otro factor fundamental: el desplome brutal de su comercio, con un prolongado boicot de su mercado principal, España. ¿Alguien imagina la debacle de su industria editorial (Planeta, Salvat, Tusquets, Plaza y Janés, Seix Barral…), que vive exclusivamente gracias al mercado hispanoparlante? Pero ante todo, y de manera inmediata, se produciría un dramático desplome de su banca; no es ninguna casualidad que Caixabank y Sabadell se hayan apresurado a desmarcarse del procés, como por arte de magia: los españoles están sacando su dinero de esas entidades, que están perdido el «patriotismo catalán» al mismo tiempo que los depósitos (preguntad entre vuestros conocidos por curiosidad).

No, la segregación hoy por hoy es una quimera, y los dos personajes que han intentado pilotarla quieren pasar a la historia como «padres de la patria», no como los nuevos Companys, fracasados y encarcelados. El cómo renunciarán concretamente a la proclamación es lo de menos; probablemente balbuceen excusas relativas a la brutal represión del estado y a la vulneración de la democracia.

Ahora bien, eso no significa ni mucho menos que España esté a salvo ni el problema resuelto; tan sólo que la úlcera de momento no va a reventar. La nación ha ganado un respiro con mensaje de Felipe VI, que pese a todas sus deficiencias de dicción y a no prometer ninguna medida concreta, ha insuflado moral a una ciudadanía y unas fuerzas del orden que estaban esperando un gesto, el que fuera, de sus gobernantes. El hecho de que el discurso, moderado a todas luces, le haya parecido excesivo y autoritario a todos los malos sin excepción (Podemos y adláteres, comunistas, separatistas, PNV…) es sin duda un buen signo. ¿Pero qué nos espera de ahora en adelante?

– Desde luego no el 155, ni tampoco detenciones de ningún dirigente importante. El PP tiene un miedo cerval a ser considerado «extremista», incluso en esta situación dramática, y evitará ambas medidas, a menos, como ya he dicho, que haya declaración de independencia (e incluso así sólo se plantearía el 155 con apoyo del PSOE, algo que no va a ocurrir). Con toda probabilidad se optará por judicializar el asunto, tal como se ha venido haciendo hasta ahora, buscando la inhabilitación de las caras más visibles del proceso, una solución que salvaría la cara al ejecutivo y permitiría seguir adelante mal que bien.

– Es obvio que el desgaste del gobierno -y el de Rajoy en concreto- ha sigo gigantesco, y creo que se haría y nos haría un gran favor dando por terminada su etapa, ahora que la economía está encaminada. Debería haber elecciones como mucho en un año, si no en la próxima primavera, o incluso en Navidad (no sería la primera vez). Ahora bien, puede que no lleguemos a ellas, pues en estos precisos instantes se está gestando una moción de censura de consecuencias imprevisibles. El equilibrio parlamentario se sustentaba en el apoyo del PNV, y ayer mismo Urkullu manifestó su «profunda decepción» por el discurso del Rey. Atención a esta posibilidad, que sería sin duda la peor de todas, con un tándem socialista-podemita absolutamente letal en el poder. Sólo por evitar esto, son deseables lo antes posible unas elecciones en las que sin duda el constitucionalismo subiría sustancialmente.

– Una buena consecuencia de toda la debacle catalana ha sido el descrédito definitivo de Podemos. Perdidas todas las máscaras y los últimos jirones de tacticismo, su desconexión con los desencantados que los vieron como alternativa regeneradora es absoluta, y me sorprendería profundamente que superaran los 2 millones de votos en la próxima cita electoral. Sus apoyos se repartirán entre el PSOE, Ciudadanos (partido que crecerá aunque sólo sea por descarte) e incluso una Vox que puede llegar a ser parlamentaria. Ahora bien, les queda una última carta desesperada que es esa moción de censura, la cual hay que evitar a cualquier coste.

– ¿Qué se intentará hacer a medio plazo? Creo que primero habrá un relevo de liderazgo en los dos grandes partidos (adiós no sólo Rajoy sino también a Pedro Sánchez, una máquina de perder elecciones), y desde esa casilla de salida sonará con fuerza una reforma constitucional. No es que la Constitución tenga nada malo per se, pero cambiarla parece la única forma de avanzar políticamente en este país de descontentos crónicos. Si se produce tal reforma, las fuerzas proespañolas deberían ser inteligentes y, a cambio de reformular el estado con la fórmula vacua de turno (Confederación o lo que sea), debe recuperar como sea las competencias de educación, aunque sea parcialmente y a la chita callando. Esa es la única esperanza de recuperar una mínima estabilidad en el futuro. No faltará quien plantee el debate de la monarquía, pero veo altamente improbable un cambio en ese aspecto.

– ¿Y cómo será, desde ya, el día a día en Cataluña? Hay una fractura social que estaba latente hasta ahora, y que los genios instigadores del «prusés» se han encargado de sustanciar y agigantar. La vida seguirá sin idependencia, pero con un enorme malestar y dos bandos ya claramente marcados e irreconciliables. Será un problema que tardará décadas en remediarse, si llega a hacerlo, y sólo si se trabaja en el punto anterior. Desgraciadamente la violencia no es en absoluto descartable, incluyendo su forma más extrema, el terrorismo: una generación joven frustrada y radicalizada es el caldo de cultivo perfecto para este fenómeno, a poco que se le añada algo de marginalidad y la necesaria financiación, que siempre llega de algún lado. Esperemos que no ocurra bajo ningún concepto, porque ya vivimos ese drama varias décadas.

Es obvio que durante este prolongado problema hemos perdido algunas cosas, pero podemos y debemos seguir adelante. Mi consejo es el de siempre: haceos oír si sois combativos, o permaneced callados pero firmes, y no os importe perder «amistades» sin ningún valor real. No es que tengamos la ciudadanía más sofisticada, ni la más lista (nuestro fracaso educativo ha sido brutal), pero somos un país perfectamente viable si nuestros líderes pierden sus absurdos complejos a la hora de defender la ley, la nación y la igualdad de sus ciudadanos con todas las consecuencias. De lo contrario, España se morirá de pura inanición, a la espera de esas migajas de firmeza, ideas claras y liderazgo.
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