El hombre que no estaba ahí – Madurez artística

The man who wasn’t there – Dir: Joel Coen – EEUU, 2001

Para “El hombre que no estaba ahí”, los Coen dan un salto adelante de unos 30 años respecto a “O brother”, sin abandonar esa primera mitad del siglo XX que les es tan querida. Una vez más vuelven a mezclar géneros, entregando un relato que abarca el drama criminal, la comedia negra y la reflexión existencial.

La historia se centra en Ed Crane, un barbero sin ningún tipo de pretensión, que se trabaja en su pequeña ciudad moviéndose entre una callada resignación y la complacencia de una vida estable y sin problemas. Por el autorretrato que traza a través de su omnipresente voz en off, su vida es más feliz que infeliz, pero una inusual propuesta de negocios despierta algo en su interior que lo lleva a desear algo más, a demostrarle a su metódica y algo ambiciosa esposa que es más de lo que parece. Esta chispa desencadena toda una serie de acontecimientos que sacuden la existencia perfectamente ordinaria del barbero.

Tras ese punto de partida la historia se despliega con habilidad, con un ritmo no decae en ningún momento, gracias a una trama que permanece impredecible y a un elenco de personajes pintorescos típicos de lo Coen, que esta vez no llegan al punto de resultar irritantes; en este aspecto es una de las películas más equilibradas de los hermanos, presentando unos tipos humanos casi convencionales para sus estándares. Entre todos ellos brilla ese silente Ed Crane que aguanta estoicamente la locuacidad de quienes suelen rodearlo, y cuya personalidad deja rápidamente huella.

Contribuye al buen fluir del film su gran perfección formal, con una prístina fotografía en blanco y negro obra del célebre cinematógrafo británico Roger Deakins. Un detalle fascinante en este film que maneja con tanta maestría las gamas del gris es que se rodó en color por resultar más fácil técnicamente, y esta versión no sólo existe aún, sino que apareció en DVD en algunos países. La atmósfera se redondea con una banda sonora dominada por el piano, mediante composiciones de Carter Burnwell y piezas clásicas de Beethoven.

Billy Bob Thornton es una elección idonea para ese protagonista que no podía tener un rostro muy atractivo, pero tampoco carecer de carácter. Gran parte del peso de la película recae sobre su narración, la cual ejecuta perfectamente. Joel Coen vuelve a asignar un papel importante a su mujer Frances McDormand, cuyo físico nunca me ha gustado pero que resulta muy adecuada para el papel de la esposa, atractiva pero no mucho, ambiciosa pero sin excesos, amorosa pero sin efusividad alguna. El resto de secundarios es muy destacable, incluyendo a un Richard Jenkins con un aspecto muy similar al de su famoso papel del padre en “A dos metros bajo tierra”, si bien este personaje es totalmente distinto, mucho más plácido y humilde; interpretando a su hija está una jovencita Scarlett Johansson que añade un toque de belleza y ligereza muy agradecible a esta historia teñida de melancolía. Aparecen también Jon Polito y James Gandolfini, aprovechando al máximo sus pocas escenas, como actores de gran entidad que son. Pero sin duda el caramelito interpretativo le cae a Tony Shalhoub (el actor de “Monk”), quien tiene oportunidad de encarnar al cuasi infalible abogado Freddy Riedenschneider. Es el papel con más oportunidad de lucimiento, un personaje locuaz y genialoide, aprovechado al máximo por Shalhoub.

En medio de su amena trama semicriminal, “El hombre que no estaba ahí” nos plantea una interesante cuestión, la de las personas que sólo aspiran a una vida lo más sencilla posible y a ser amadas, pero a quienes les falta un punto de iniciativa, habilidad social o suerte para sentir que realmente encajan entre sus semjantes. Seguro que más de un espectador se siente identificado. El conjunto se remata con los habituales toques surrealistas de los Coen (se apunta una peculiar “conspiración OVNI”, muy acorde con la época), conformando todo una excelente película, sin duda un homenaje al «noir» pero con una potente identidad propia. En mi opinión, la mejor obra los hermanos neoyorquinos hasta ese año 2001.
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Blade Runner 2049 – La película replicante

Título original: Blade Runner 2049 – EEUU, 2017 – Dir: Denis Vileneuve
.ATENCIÓN – Esta crítica contiene numerosas revelaciones sobre la trama.

Llega 35 años después la secuela de Blade Runner, film que podemos calificar, fácilmente, como el mejor de ciencia-ficción de la historia junto con 2001. Ridley Scott se bajó del barco (¿abrumado por el reto?), entregando pertrechos a la «joven promesa» Denis Vileneuve (50 años, pero aparentemente en su efervescencia creativa). Hacer una secuela de Blade Runner es una apuesta de alto riesgo: ese mundo definitivamente admitía una expansión, pero un fracaso significa quedar muy tocado. ¿Qué tal librado salió el nuevo director?

Vileneuve empieza de forma inteligente, con una secuencia diurna que marca una diferencia visual con la primera película, la cual transcurría integramente de noche (si bien pronto se vuelve a la atómsfera nocturna). Los primeros compases transcurren agradablemente, fijando el tono estético y narrativo. Aunque no se puede negar que Vileneuve tiene su propia voz, aquí tanto él como Hans Zimmer están canalizando el trabajo de Scott y de Vangelis, respectivamente. Sí, definitivamente todo ocurre en el mismo mundo de la primera parte, y reconocemos varios elementos distintivos de la misma, como la interacción con tecnologías que permiten escudriñar y «aumentar» la realidad a fondo (algo que era ciencia ficción en 1981 y hoy es parte de nuestra vida cotidiana). Gran acierto recuperar el icónico edificio de la Tyrell Corporation (ahora propiedad del personaje Wallace), e incluso creo que hay un plano que se ha insertado directamente de la primera película.

Pero si algo nos ha enseñado el cine moderno (por ejemplo la franquicia Star Wars) es que recrear estilos antiguos, si bien requiere una gran maestría técnica, puede realizarse de forma casi mecánica, contando con los artesanos y el presupuesto adecuados. Sigue haciendo falta la mano que insufle a todo de propósito, dirección y estilo, y ahí Vileneuve no sale tan bien. No es que falten elementos interesantes: la premisa de una replicante capaz de reproducirse tiene mucho potencial, y el romance del Blade Runner «K» con su novia virtual está bien desarrollado, pero van pasando los minutos y la cosa no acaba de amalgamarse correctamente. Hablando de la novia virtual, tremenda irrupción de Ana de Armas en Hollywood, directamente como coprotagonista en una producción de esta entidad. La muchacha es bellísima y parece hacer un trabajo correcto, si bien no puedo juzgar su inglés porque vi la película doblada.

Llegamos a la marca de la hora y media con un conjunto que se sostiene dificultosamente, en la frontera entre rematar un relato interesante o de colapsarse. Lo más interesante hasta ese momento el cameo de Edward James Olmos y la relación de «K» con la jefa de policía, una madura Robin Wight-Penn. El punto más débil sin duda es la primera secuencia de Jared (Pa)leto como Wallace, un «villano con complejo de Dios» tan tópico que parece salido de la web TV Tropes. Cuando vemos el nacimiento de una bella replicante y el tipo la raja de inmediato con un bisturí por ser «imperfecta», estamos ante el primer indicio grave de que la película está naufragando.

La aparición de Deckard, la cual debería suponer el repunte de la historia, se convierte en todo lo contrario. Para empezar, ¿dónde coño vive el tipo? En una especie de cementerio nuclear (con filtro naranja constante, por si no queda claro) pero lleno de gigantescas y bellas estatuas, que nadie sabe por qué están ahí, pero que quedan bonitas. También vemos que Deckard se dedica a la apicultura, un trabajo similar al del primer replicante de la película. Serán abejas inmunes a la radiación, supongo. La verdad es que el personaje no parece nada dado a esas labores, y además, ¿cuál es su propósito, hacer miel? ¿Para qué, si al parecer está totalmente aislado y posee suministros ilimitados de alimento? («Tengo millones de botellas de whisky»). Eso sí, a un madrileño le hace mucha ilusión ver que el interior del edificio donde vive es el Palacio de Correos de Madrid (corrección: de hecho, esta escena está filmada en Budapest).

En fin, el antiguo Blade Runner reside en un casino abandonado, con una sala de fiestas holográfica que sólo sirve para epatar visualmente (¿cómo funciona puese a la radiación y a no tener mantenimiento? ¿de dónde sale la energía?). Deckard y K tienen una pelea a puños en la que el primero parece imponerse, pese a que sabemos perfectamente que su fuerza es normal y la de K sobrehumana; de hecho, un rato después este último atraviesa una pared en medio de una leve carrera, violando toda la física conocida. Toda la historia de Deckard es poco convincente: se confirma que es el padre de la «niña milagro», pero se desentendió de ella «porque era lo mejor»; y además luego se perdieron los registros y era imposible localizarla, pero sin embargo hay una «resistencia replicante» (subtrama que no va a ninguna parte) que sabe perfectamente dónde está y no ha hecho nada por ponerlos en contacto. ¿Realmente no ha encontrado Deckard nada mejor que hacer con su vida que leer, criar abejas y emborracharse? Ford está teniendo un triste final de carrera, enturbiando sus tres papeles más emblemáticos.

Cuando Wallace atrapa a Deckard, la película se hunde definitivamente. Su objetivo es obtener la clave de la reproducción de los replicantes, y para ello necesita cierta información de su prisionero. ¿Cuál? ¿Acaso es Deckard experto en biotecnología? Si tienes al padre vivo y los restos mortales de Rachel, ¿por qué no te dedicas a analizarlos e intentar desentrañar el misterio? El punto más bajo llega cuando aparece el clon de Rachel, una recreación computerizada de Sean Young cuando era joven. ¿¿Pueden por favor dejar de usar esta técnica en el cine?? Vale, es un gran logro técnico, pero en la inmensa mayoría de los casos resulta ridículo, siniestro y no aporta nada. Además, resulta que a Deckard no le gusta el clon y la «secretaria» de Wllace decide despacharla sumariamente, como si estuviéramos en un capítulo de Narcos. ¡¿Por qué?! ¿Quién la autorizó? ¿Habían acordado darle un tiro en la cabeza si no funcionaba de inmediato? Por cierto, esta secretaria, que es el 2º personaje que más aparece en el film, podría haber sido interesante, pero degenera rápidamente en una especie de sicaria ridícula, y al parecer también algo ninja, pues puede matar a la comisaria de Los Ángeles en su propio despacho sin ningún tipo de consecuencia. Pero eso sí, llora las primeras veces que acuchilla a personas. ¡¡¡Por favor!!!

La traca es cuando Wallace llega a la conclusión de que hay que torturar a Deckard, y por algún motivo absolutamente ignoto eso requiere llevárselo a las colonias espaciales (por cierto, oportunidad de oro perdida para mostrarnos las famosas colonias y, por qué no, la puerta de Tannhauser). Y esas son las únicas dos escenas de Leto, un «malo» principal que figura prominentemente en el cartel y que está 10 minutos en la película. Se entiende su motivación, pero todo lo demás es fallido en él: su crueldad caricaturesca, sus métodos, sus implantes cibernéticos («¡eh, espectador! ¡es menos humano que los replicantes!») Qué diferencia con ese personaje tan interesante que era Tyrell.

¿Cuál es el mayor pecado de la película? No haber conservado la prístina claridad narrativa del original, el cual puedes ver en total relajación y no perder ningún detalle importante; aquí hay varias cosas que no quedan claras (¿de dónde saca K el ADN de bebé que analiza, del patuco que había oculto en el piano? ¿Qué es esa explosión que se produce en el casino de Deckard?). El segundo pecado es la duración: El largometraje es un formato que encuentra su punto dulce entre los 80 y los 110 minutos, todo lo que supere eso necesita una justificación muy específica (haz una miniserie si te quedas corto) y casi siempre agota al espectador. Las brutales 2 horas y 40 minutos de «2049» hacen sus pecados mucho más difíciles de perdonar.

Hay otros detalles menores, como la resolución del romance entre K y su novia virtual Joi; la «escena erótica» que comparten se basa en un efecto visual raro y que no funciona; K decide sacarla de la red, sólo hace una copia de respaldo y se la lleva a una misión peligrosa (uh…); en un momento dado descubrimos que todos los modelos de Joi tienen el mismo físico. Vamos a ver, ¿puedes hacer replicantes de carne únicos pero todos tus humanos computerizados son iguales? Gracias, Vileneuve, ya nos damos cuenta solos de que es una mujer artificial. Luego, la banda sonora no logra ni de lejos la misma integración en la historia que el original. Aunque Zimmer logra una aceptable réplica del Vangelis ochentero, su partitura está básicamente de fondo. Eso sí, no se privan de usar el tema de muerte de Roy Batty en la última secuencia para una manipulación emocional de todo a cien. Todo el aspecto visual, tan sobresaliente en el original, aquí es simplemente pulcro y cumplidor, con pocos momentos brillantes.

En fin, la película es digna pero en último término totalmente fallida, esa es la realidad. Gosling está correcto en todo momento pero no puede salvar el material, y Vileneuve se destapa como otro director incapaz de aplicar la economía narrativa. Las buenas críticas me indican que el espectador criado visualmente en los 80 hoy se conforma con reconocer los guiños a los originales cuando ve un «remake», pero el fracaso en taquilla está sobradamente justificado. Realmente es una pena que se estropee así un superclásico, pero bastará con hacer un esfuerzo por olvidar esta secuela. Esta vez no harán falta múltiples ediciones para encontrar la versión definitiva de una joya; la única que podría valer la pena es una con muchos, muchos menos minutos.
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¿Una España muerta de inanición?


No voy a escribir sobre cómo hemos llegado hasta aquí, porque creo que todo el mundo lo tiene más o menos claro, pero sí sobre lo que creo que pasará. En realidad, empezaré por lo que no pasará:

No habrá declaración de independencia. Una cosa así se hace o no se hace, y el hecho de que estén anunciándola «para un día de estos» indica que no existe una intención real. No por falta de ganas de Puchdemón y Yunqueras (les sobran), sino porque para tirarse a una piscina esta ha de tener agua, o como mal menor estar vacía; esta no está sino llena de mierda. El duo calavera no tiene NADA en qué sostener tal declaración, toda vez que el «referéndum» fue una charlotada sin ningún tipo de validez ni en la mente del separatista más delirante. Pero eso es casi lo de menos; existen varios motivos de mayor peso para que el gordo y el flaco se cuiden mucho de dar semejante paso. Entre ellos:

– El no declarar la independencia es lo único que los separa de la orden de arresto que el Estado ha estado evitando tanto tiempo. Pero pronto comprobarán que hasta el gobierno más pusilánime, en caso de ser arrinconado y no quedarle otra salida, se revuelve para defenderse.

– Con la actual polarización social, la declaración supondría casi con seguridad un baño de sangre; probablemente no se sabría bien cómo ni por qué empezó, pero ocurriría. Tampoco es que a la pareja esto le preocupe mucho per se, pero sí las consecuencias (penales y de estigmatización) que tendría para ellos.

– El «estado catalán» recién proclamado tendría una nula viabilidad. Quizá contarían con un pseudoejército formado por los mossos (sólo los separatistas, ojo), pero no estaría reconocido por ningún país del mundo excepto dos o tres parias internacionales, carecería casi totalmente de financiación (adiós al FLA y cualquier otro ingreso proveniente de España), y por no tener no tendría ni moneda. Pero aun sin por algún motivo se les permitiera permanecer en la zona Euro, hay otro factor fundamental: el desplome brutal de su comercio, con un prolongado boicot de su mercado principal, España. ¿Alguien imagina la debacle de su industria editorial (Planeta, Salvat, Tusquets, Plaza y Janés, Seix Barral…), que vive exclusivamente gracias al mercado hispanoparlante? Pero ante todo, y de manera inmediata, se produciría un dramático desplome de su banca; no es ninguna casualidad que Caixabank y Sabadell se hayan apresurado a desmarcarse del procés, como por arte de magia: los españoles están sacando su dinero de esas entidades, que están perdido el «patriotismo catalán» al mismo tiempo que los depósitos (preguntad entre vuestros conocidos por curiosidad).

No, la segregación hoy por hoy es una quimera, y los dos personajes que han intentado pilotarla quieren pasar a la historia como «padres de la patria», no como los nuevos Companys, fracasados y encarcelados. El cómo renunciarán concretamente a la proclamación es lo de menos; probablemente balbuceen excusas relativas a la brutal represión del estado y a la vulneración de la democracia.

Ahora bien, eso no significa ni mucho menos que España esté a salvo ni el problema resuelto; tan sólo que la úlcera de momento no va a reventar. La nación ha ganado un respiro con mensaje de Felipe VI, que pese a todas sus deficiencias de dicción y a no prometer ninguna medida concreta, ha insuflado moral a una ciudadanía y unas fuerzas del orden que estaban esperando un gesto, el que fuera, de sus gobernantes. El hecho de que el discurso, moderado a todas luces, le haya parecido excesivo y autoritario a todos los malos sin excepción (Podemos y adláteres, comunistas, separatistas, PNV…) es sin duda un buen signo. ¿Pero qué nos espera de ahora en adelante?

– Desde luego no el 155, ni tampoco detenciones de ningún dirigente importante. El PP tiene un miedo cerval a ser considerado «extremista», incluso en esta situación dramática, y evitará ambas medidas, a menos, como ya he dicho, que haya declaración de independencia (e incluso así sólo se plantearía el 155 con apoyo del PSOE, algo que no va a ocurrir). Con toda probabilidad se optará por judicializar el asunto, tal como se ha venido haciendo hasta ahora, buscando la inhabilitación de las caras más visibles del proceso, una solución que salvaría la cara al ejecutivo y permitiría seguir adelante mal que bien.

– Es obvio que el desgaste del gobierno -y el de Rajoy en concreto- ha sigo gigantesco, y creo que se haría y nos haría un gran favor dando por terminada su etapa, ahora que la economía está encaminada. Debería haber elecciones como mucho en un año, si no en la próxima primavera, o incluso en Navidad (no sería la primera vez). Ahora bien, puede que no lleguemos a ellas, pues en estos precisos instantes se está gestando una moción de censura de consecuencias imprevisibles. El equilibrio parlamentario se sustentaba en el apoyo del PNV, y ayer mismo Urkullu manifestó su «profunda decepción» por el discurso del Rey. Atención a esta posibilidad, que sería sin duda la peor de todas, con un tándem socialista-podemita absolutamente letal en el poder. Sólo por evitar esto, son deseables lo antes posible unas elecciones en las que sin duda el constitucionalismo subiría sustancialmente.

– Una buena consecuencia de toda la debacle catalana ha sido el descrédito definitivo de Podemos. Perdidas todas las máscaras y los últimos jirones de tacticismo, su desconexión con los desencantados que los vieron como alternativa regeneradora es absoluta, y me sorprendería profundamente que superaran los 2 millones de votos en la próxima cita electoral. Sus apoyos se repartirán entre el PSOE, Ciudadanos (partido que crecerá aunque sólo sea por descarte) e incluso una Vox que puede llegar a ser parlamentaria. Ahora bien, les queda una última carta desesperada que es esa moción de censura, la cual hay que evitar a cualquier coste.

– ¿Qué se intentará hacer a medio plazo? Creo que primero habrá un relevo de liderazgo en los dos grandes partidos (adiós no sólo Rajoy sino también a Pedro Sánchez, una máquina de perder elecciones), y desde esa casilla de salida sonará con fuerza una reforma constitucional. No es que la Constitución tenga nada malo per se, pero cambiarla parece la única forma de avanzar políticamente en este país de descontentos crónicos. Si se produce tal reforma, las fuerzas proespañolas deberían ser inteligentes y, a cambio de reformular el estado con la fórmula vacua de turno (Confederación o lo que sea), debe recuperar como sea las competencias de educación, aunque sea parcialmente y a la chita callando. Esa es la única esperanza de recuperar una mínima estabilidad en el futuro. No faltará quien plantee el debate de la monarquía, pero veo altamente improbable un cambio en ese aspecto.

– ¿Y cómo será, desde ya, el día a día en Cataluña? Hay una fractura social que estaba latente hasta ahora, y que los genios instigadores del «prusés» se han encargado de sustanciar y agigantar. La vida seguirá sin idependencia, pero con un enorme malestar y dos bandos ya claramente marcados e irreconciliables. Será un problema que tardará décadas en remediarse, si llega a hacerlo, y sólo si se trabaja en el punto anterior. Desgraciadamente la violencia no es en absoluto descartable, incluyendo su forma más extrema, el terrorismo: una generación joven frustrada y radicalizada es el caldo de cultivo perfecto para este fenómeno, a poco que se le añada algo de marginalidad y la necesaria financiación, que siempre llega de algún lado. Esperemos que no ocurra bajo ningún concepto, porque ya vivimos ese drama varias décadas.

Es obvio que durante este prolongado problema hemos perdido algunas cosas, pero podemos y debemos seguir adelante. Mi consejo es el de siempre: haceos oír si sois combativos, o permaneced callados pero firmes, y no os importe perder «amistades» sin ningún valor real. No es que tengamos la ciudadanía más sofisticada, ni la más lista (nuestro fracaso educativo ha sido brutal), pero somos un país perfectamente viable si nuestros líderes pierden sus absurdos complejos a la hora de defender la ley, la nación y la igualdad de sus ciudadanos con todas las consecuencias. De lo contrario, España se morirá de pura inanición, a la espera de esas migajas de firmeza, ideas claras y liderazgo.
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John G. Avildsen, forjador de mitos

La semana pasada fallecía John Guilbert Avildsen, a la edad de 81 años. Era un hombre semianónimo, pero que se ganó un lugar importante en la historia del cine, pues junto con Sylvester Stallone prácticamente creó un género, el del «underdog»: El tipo desesperado que debe superar enormes desafíos con todo en contra. Hasta 1976 Avildsen no había tenido una carrera muy destacada, pero era un director «con oficio», y quizá por eso se le ofreció aquel proyecto chiquitito, de apenas un millón de dólares, sobre un boxeador sin suerte. Resultó ser un encaje perfecto, convirtiéndose en una de las tres patas que sustentarían el mito «Rocky», además del mencionado Stallone y el compositor Bill Conti.

Recomiendo la sección de «trivia» de imdb sobre la película, porque es apasionante: ese «Gonna fly now» rodado sin permisos y sin equipo humano por el propio Avildsen desde una furgoneta; el frutero que no tiene ni idea de que están haciendo una película y le lanza una naranja a Stallone; Talia Shire, que venía de los dos «Padrinos» y aceptó estar en la peli por salir de la sombra de su hermano F.F. Coppola; Stallone vendiendo a su perro, recomprándolo y metiéndolo en la película; el excepcional Burguess Meredith acabando como Mickey porque otros actores se habían negado a leer el papel; Carl Weathers (Apollo) haciendo la audición con Stallone y pidiendo que le trajeran a un actor de verdad para ensayar; las dificultades para crear una coreografía realista y Avildsen sugiriendo a Stallone que guionizara la pelea golpe a golpe (escribió 35 páginas); los productores hipotecando sus casas para poner los 100.000 $ de sobrecoste. Pequeñas y grandes dificultades convertidas en ventajas a base de talento, cratividad y pasión. Stallone prescindió de Avildsen para todos los demás films excepto el quinto, pero «Rocky» siempre será también su película.

Tras ese increíble 1976 («Rocky» ganó los Oscars a la mejor película y al mejor director, e ingresó 225 veces su presupuesto), Avildsen siguió trabajando sin hacer demasiado ruido, hasta que en el 1983 le ofrecieron hacer «The Karate Kid». ¡Ah, los 80!, cuando una buena idea bien filmada con cuatro duros podía convertirse en un hit internacional. Hoy día, una peli así se consideraría «indy», seguramente ni le darían luz verde. «¿El crío del karate? ¿Estás de coña?» Pero con 8 millones de dólares y un habilísimo guión de Robert Kamen, Avildsen volvió a crear mitología cinematográfica: El señor Miyagi, «dar cera, pulir cera», los Cobra Kay, la técnica grulla («si bien hecha, no defensa»), la lucha contra el acoso («búling», que dicen los cretinos) echándole dos cojones. De nuevo con el apoyo de Conti, el único hombre que podría tutear a John Williams si en inglés existiera el tuteo. Sí, ya sé que todo esto es cultura pop, no es «importante», pero la gente sigue recordándo un cuarto de siglo después. Luego llegaron dos secuelas bastante flojitas (¡japoneses hablando en inglés entre ellos!), pero el buen trabajo ya estaba hecho.

Avildsen siguió filmando, y sería injusto decir que no tuvo oportunidades, pues hizo ocho películas más (seguramente las más destacables «Lean on me» y «La fuerza de uno»), pero siento que en general se le infravaloró. Cuando rodó su último film, «Inferno», con Van Damme, los productores cambiaron tanto su trabajo que solicitó firmarla con pseudónimo; eso es directamente una falta de respeto. Avildsen no era Spielberg ni Cameron, quizá tampoco Donner ni Zemeckis, pero igual que ellos contribuyó decisivamente a ese maravilloso cine de los 70 y 80. Rocky y Karate Kid, señores; películas que han inspirado a millones de personas (esto es literalmente así). Creo que me sentaría a verlas cualquier tarde antes que ninguna de Nolan.

Es claro que este hombre amaba profundamente el cine, y nos dejó un regalo muy especial: vídeos hechos con cámara doméstica de muchos de sus rodajes y ensayos, los cuales luego se molestó en subir a su canal de Youtube, dejándonos una perspectiva única de los mismos. Además, gracias a una campaña de Kickstarter (¿estaba infravalorado o no?) se produjo el documental «John G. Avildsen: King of the Underdogs», que afortunadamente se completó antes de su fallecimiento. Los aficionados siempre le agradeceremos ese cine apasionado, ingenuo e inventivo que agitó tantas fibras a lo largo del mundo.
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Camina hacia la luz

quirofano

Pasar por un quirófano siempre acojona, por pequeña que sea la intervención, sobre todo si es la primera vez. Un par de días antes vas a cita de anestesia, donde firmas un consentimiento: básicamente firmas ser consciente de que puede haber complicaciones y de que incluso puedes quedarte en el sitio, aunque eso sólo ocurre «raramente». Bien. Busco estadísticas y veo que sólo hay un fallecimiento por cada 100.000 intervenciones con anestesia general. Imagino que, siendo joven y estando sano, mis posibilidades se reducen mucho más, pero aun así… Sobre todo, me parece antinatural eso de que te duerman y que cuando te despiertes, chas, todo haya terminado. Pura brujería, uno no acaba de creérselo, y de ahí la desconfiaza o el temor.

El día de la operación llegas a la clínica, firmas los últimos papeleos y pasas a la zona de quirófanos. Primer requisito: despelotarte y ponerte un gorrito, unos patucos y una bata de papel abierta por delante, sin botones ni cinturón. “¿No puedo dejarme la ropa interior?”, pregunto a las enfermeras. “No”. Vamos, que vas con la minga al aire, si quieres taparte has de cerrar tú mismo la bata con la mano.

En ese estado de indefensión llego hasta una primera camilla, donde me preguntan por enésima vez si es alérgico a algún medicamento, si bebe, si fuma, etc. Me colocan en la muñeca una aguja  conectada a un gotero, por donde entrarán todas las dronjas que harán más llevadera la experiencia. Durante esos momentos esperaba que llegara finalmente el ataque de ansiedad que llevaba días temiendo, pero no. Adopté la consigna «déjate hacer», y los nervios aguantaron sorprendentemente bien.

Surge un inconveniente: la sangre está yendo hacia el gotero, en vez de entrar el suero en mi torrente sanguíneo. Una enfermera dice “qué charro” (“chistoso”). Yo pienso: “sí, para partirse”. Llega otra más experimentada y lo arregla, no sin antes desconectar el tubito conectado a la aguja, del cual surge un chorrito de sangre. Cosas. En esta situación preoperatoria uno espera que lo traten con extrema delicadeza, que lo mimen y tranquilicen, y no es que el personal sea brusco, pero para ellos es una rutina; resulta inevitable y no puede reprocharse. En una papel prendido en la pared hay un lista con nombres, donde figuras tú, lo que te van a hacer y los clientes que vendrán después. Ya digo, rutina.

Llega el cirujano con su ayudante y te saluda. “¿Qué tal todo?” “Bien, bien”. Me pide sacarme unas fotos preoperatorias. Hace algo sorprendente: me escribe las iniciales de mi nombre en el vientre con un rotulador, como si fuera una res (“es para no confundir las fotos” luego), y efectivamente me saca unas fotografías. No puede evitar encontrar cómica la situación; mejor. Ambos doctores se retiran a una sala adjunta, esperando el momento de entrar en acción.

Me dicen que coja mi gotero y me llevan caminando por fin al quirófano. Sigue sin llegar el ataque de ansiedad. Me tumban en la mesa de operaciones, me atan una mano (o las dos, no recuerdo) con correas y empieza aparecer toda la parafernalia que uno asocia con las intervenciones, con electrodos, electrocardiogramas y demás. Entra una señorita enmascarada que me dice su nombre y me anuncia que será mi anestesista. Las enfermeras empiezan a inyectar sustancias al gotero. Unos 15 segundos después empiezo a percibir claramente los efectos de las mismas. “Ya lo noto, le digo a la anestesista”. “Claro, ya se está durmiendo”. Creo que no aguanto despierto ni otros 15 segundos más.

El despertar

No, no es como en las pelis, que te duermes y te despiertas después de un fundido en negro. Claramente hay una percepción de paso del tiempo, igual que cuando uno duerme. Fue una de las mayores enseñanzas de toda esta experiencia: la percepción clarísima de que el cerebro sigue trabajando en los estados de inconsciencia. Sí, sabía que había pasado tiempo, pero no podía asegurar cuánto (luego me dijeron que una hora y cuarto). Si soñé algo, no lo recuerdo. Tampoco vi el túnel de luz blanca, lo siento, aunque queda bien como título del artículo. Al recuperar la consciencia no estoy en el quirófano, sino en una sala contigua. Las enfermeras me acompañan. “¿Cómo fue todo?” “Muy bien”.

La anestesia tarda un poco en diluirse. Al principio, pequeños temblores, e incluso risas, que se pasan en menos de diez minutos. Enseguida estás totalmente consciente, pero no te permiten levantarte. Una de las primeras cosas que haces es comprobar discretamente que sigues teniendo la minga en su sitio (si a un hombre lo operan y dice que no lo ha hecho, miente). Lo que más molesta no son las incisiones de la operación, sino un claro malestar en la garganta que indica que he tenido un tubo en la tráquea durante un buen rato. Una pinza en el dedo me toma la pulsaciones, y sigo con el gotero acoplado a la vena, pero ya vacío y arrugado. Has de pasar como una hora en la camilla, estabilizándote. Como la última comida ha sido la noche antes, el hambre aprieta. Te traen una infusión que sienta muy bien.

Ya sólo queda salir de la clínica y firmar unas cositas, pero se intentan evitar accidentes a toda costa: las enfermeras traen mi ropa y, todavía tumbado en la camilla, me visten como a un bebé, incluyendo la ropa interior. “¿Será que me puedo vestir solo?”, les pregunto, usando ese modismo colombiano. “No se preocupe, es nuestro trabajo”. Pues muy bien. Por fin estoy vestido, incluyendo una ceñida faja posquirúrgica que deberá acompañarme durante muchas semanas, pero aún no puedo levantarme, sólo me permiten incorporarme en la camilla. Al rato traen una silla de ruedas y tras sentarme en ella me llevan a recepción, donde me espera la acompañante que tanta paciencia ha tenido. Una vez allí ya soy responsable de mi suerte y puedo ponerme en pie. Firmo los últimos papeles y salimos al exterior. No pasó nada de lo temido, y el ataque de ansiedad nunca llegó. La verdad es que, globalmente, es una experiencia instructiva. ¿Mi consejo si tienes que operarte? Infórmate, escoge un buen sitio y deja hacer a los profesionales médicos. Puede que para ellos todo el procedimiento sea rutina, pero seguramente por eso hacen un buen trabajo.
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El drama nacional

Vamos a repasar los principales actores del drama u ópera bufa que se representará hoy en la siempre sufrida patria:

Mariano Rajoy (Nom de scene: Mariano Rajao)

Difícil imaginar una legislatura más frustrante que la suya. Disfrutando de la que seguramente sea la última mayoría absoluta que veamos en mucho tiempo, se dedicó a hacer lo que mejor se le da a la derecha española: medio arreglar la economía sin dedicar el más mínimo esfuerzo a una labor didáctica que nutriera los cerebros nacionales, al borde de la inanición ideológica. El PP, en lugar de promocionar los evidentes logros de sus gobiernos y aprovechar su superioridad doctrinal y moral, ha permitido una hegemonía cultural absoluta de la izquierda, incluso regalándoles potentes grupos mediáticos, con los resultados que hoy vemos. El mandato de Rajoy ha destacado especialmente por la la promoción de incompetentes y pelotas, por la ausencia de reformas estructurales y por acabar de desarmar ideológicamente al partido. Las encuestas le otorgan 130 escaños en el mejor de los casos, un resultado que sólo le deja dos posibilidades: asistir impotente desde la oposición a un gobierno absolutamente nocivo para España o bregar como presidente en minoría durante una legislatura corta. Si ocurre lo segundo, aún tendrá ocasión de hacer un último servicio al país.

Pedro Sánchez (Nom de scene: Peras Anchas)

Seguramente la entidad intelectual de los gobiernos felipistas estaba exagerada: por más que fuera gente leída, no dejaban de ser hijos ideológicos del marxismo (incluso tuvieron que rechazarlo formalmente en un congreso extraordinario). Pese a ello, eran personas normales que hasta tocar poder habían tenido que trabajar y que se habían chupado una dictadura (aunque fuera tan benigna como el franquismo crepuscular). Zapatero, sin embargo, era algo muy distinto, la siguiente generación: afiliado a «la PSOE» desde los 19 años y diputado desde los 26, no tuvo otra «vida laboral» que ser ayudante de derecho durante 3 años en la misma universidad donde se licenció. Absolutamente falto de capacidad intelectual y de lecturas nutritivas, este aparatchik simbolizó el triunfo absoluto de la mediocridad, llegada al poder en vagón de Renfe. A Pedro Sánchez el felipismo le queda todavía más lejos, siendo un hijo ideológico clarísimo del zapaterismo, con un corpus ideológico basado en las mismas sandeces insustanciales y buenistas (feminismo radical, exaltación de las minorías, igualación del sistema educativo por abajo…). Si un buen líder socialista lo tendría difícil con el fin del bipartidismo, no digamos ya esta medianía de metro noventa y pico. De poder volver en el tiempo, sin duda se resignaría a ser jefe de la oposición cuatro años, pero eso no es posible. Pase lo que pase hoy, quedará en una posición incomodísima: lo «mejor» que podría ocurrirle es ser segunda fuerza y presidir un gobierno con ministerios clave cedidos a los comunistas. No obstante, lo mejor para España sería que quedara tercero, se abstuviera en la investidura y se fuera a su puta casa.

Pablo Iglesias (Nom de scene: Pablemos)

No digo nada nuevo si afirmo que Iglesias es producto del absoluto fracaso de España como sociedad y como ente político y cultural. No digo «del sistema educativo» porque, aunque esto también es cierto, resulta demasiado fácil cargar a ese sistema de formación académica la responsabilidad que debe corresponder muy principalmente a padres, comunicadores y políticos. 40 años de fomentar el infantilismo, el apolitismo y la desafección a la patria han dado como resultado a este monstruíto que en cualquier país serio (aunque ya empiezo a dudar que existan) no pasaría de vulgar agitador televisivo. Comunista clásico y amigo de todos los enemigos tradicionales de España (terroristas y separatistas, principalmente), sólo un absoluto imbécil o un absoluto ciego podría creerse su «giro a la socialdemocracia». Desgraciadamente, hemos demostrado que nos sobran ambas cosas, y también que, una vez un españolito decide su voto, se aferra durante años al mismo, por más desmanes que cometan «los suyos». Pese a la absoluta indigencia intelectual de Iglesias, hay que reconocerle dos aciertos tácticos: haber forzado estas segundas elecciones y comerse con patatitas lo que quedaba del comunismo, propiciando esta situación donde podría incluso hacerse con la presidencia.

Albert Rivera (Nom de scene: Naranjito)

El puñado de españoles sensatos que quedan saben que el país tiene una dramática necesidad de regenerarse, y ese movimiento, el regeneracionismo, es lo que primero representó UPyD y ahora Ciudadanos. Lo que no entienden los antiregeneracionistas (que son muchos y bastante zotes) es que, pese a los muchos defectos de los partidos que la representan, esta tendencia sigue siendo absolutamente necesaria si queremos tener alguna esperanza de modernizarnos definitivamente y de aprovechar las ilimitadas potencialidades de nuestro país. Cs sin duda se ha deshinchado respecto a su promesa inicial, en mi opinión por un exceso de apariciones mediáticas (mejor pocas, sólidas y coherentes) y, sobre todo, por las vacilaciones de su líder Albert Rivera, abrumado por esa necesidad imposible del político de contentar a todos. Su mayor error, de largo, ha sido el pacto en Andalucía, que ha permitido la continuidad de un régimen corruptísimo a cambio de tristes consuelos como bajadas puntuales de impuestos y la pérdida del aforamiento de dos ex-presidentes. Con todo, Albert aún es honesto en sus intenciones, tiene con diferencia el programa más racional e innovador (incluso en su versión capada) y podría ser un muy buen presidente. Está por ver si nuestra ultrainfantilizada población le da ese oportunidad o lo deja en una curiosidad histórica.

Alberto Garzón (Nom de scene: No tiene, es demasiado irrelevante)

¡¡Pa lo que ha quedao el comunismo!! Alberto es hijo de un profesor universitario y una farmacéutica, no ha pasado privaciones ni hambre durante un solo día de su vida y, por tanto, la única opción lógica era afiliarse a Izquierda Unida (alias PCE) con 18 años. Antes de cumplir los 26 ya era diputado, dando un auténtico ejemplo de existencia proletaria y sacrificada. Desde entonces se ha movido en la absoluta irrelevancia que tan bien se ganó su partido a lo largo de los años, hasta que Pablemos le ofreció la oportunidad de oro de ser su mascotita. Ideológicamente podemos definirlo como «la nada con sifón», con un cuerpo doctrinario que, curiosamente, es prácticamente indistinguible del de Peras Anchas y el de Pablemos (anticapitalismo de garrafón). Su última aportación a la historia de España seguramente sea seguir llevándoselo crudo en algún ministerio de tercera (medioambiente, por ejemplo).

Santiago Abascal (Nom de scene: No tiene, es un señor muy serio)

Es casi imposible que Vox obtenga algún escaño, pero lo incluyo en esta relación como caso paradigmático: si aceptamos que sus postulados son radicales, en ningún caso lo serían más que los propuestos por sus adversarios de la otra orilla ideológica. Sin embargo, unos van a sacar aproximadamente 90 escaños y los otros se van a quedar fuera del parlamento. Sirva esto para hacer reflexionar sobre el inexplicable prestigio de las ideas izquierdistas y sobre la delirante pervivencia mediática y académica del comunismo, la ideología más fracasada y criminal de todas las concebidas por el hombre. Lo de Vox es una pena, porque su programa es perfectamente aprovechable, no tiene ningún punto especialmente extremista (ni siquiera están cerrados en banda respecto al aborto, como se difundió falsamente) y Abascal es un hombre elocuente y brillante. Será el voto testimonial-refugio de mucho derechista clásico que no reconoce el ente en que se ha convertido el actual PP. Puede parecer poco, pero un testimonio siempre es mejor que quedarse en el sofá.
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Viviendo en Colombia (y V)

Parte V: El Caribe y la despedida

Figuradamente hablando, mi primer contacto con el Caribe colombiano se produjo en la misma Medellín, al quedar con un lector caribeño de mi blog de fútbol. Nos encontramos en la popular avenida 70 (muy cerca del Atanasio Girardot), y en una de sus terrazas vimos un partido del Mandril y comentamos anécdotas de la web a lo largo de los años. Aunque siempre he sido consciente de mis limitaciones como escritor, resulta bastante gratificante comprobar cómo personas que viven a 8.000 kms. te han leído regularmente durante tanto tiempo. Los norteños tienen la costumbre de empezar muchas frases diciendo «Marica», lo cual resulta muy gracioso. Iguazo tuvo a bien presentarme a unos parientes que me contaron cosas muy interesantes sobre el país, uno de ellos un primo barcelonista, pero «sólo por el fútbol». Por la cordialidad del ambiente, desistí de explicarle el daño que tan avieso club le ha hecho a España.

Unos tres meses después viajé a la costa caribe, situada al Norte del país. Mi primera parada fue Santa Marta, en el departamento de Magdalena; el desplazamiento fue obligatoriamente en avión, pues Colombia carece de vías férreas. Algo realmente llamativo de esta ciudad es que te encuentras una playa a apenas 50 metros del aeropuerto, y bastante bonita por cierto: larga, limpia y nada masificada, gracias a la ausencia de hoteles y la distancia hasta el núcleo urbano (unos 15 kms). Así, es posible dándose un chapuzón 10 minutos escasos después del aterrizaje. En el taxi, de camino a la ciudad, me sorprendí admirando la puesta de sol marítima, prcatándome de que no había visto algo parecido durante cuatro meses, debido a las montañas que rodean por completo Medellín; es el precio que paga la ciudad por su benigno clima.

Aunque la Colombia caribeña, como el resto del país, tiene una gran mezcla de razas, es una zona predominantemente negra y mulata. Las mujeres no desmerecen su fama, y muchas de ellas son bellísimas, generalmente desde una temprana edad. El acento local es el compartido por todo el Caribe, mucho más parecido al cubano que al de las regiones más sureñas del país, aunque no todo el mundo lo tiene. Aun con las particularidades propias de la zona, Santa Marta recuerda a cualquier localidad playera del mundo, con su paseo marítimo, sus hoteles y sus turistas. Sin duda la peor costumbre del caribeño es utilización compulsiva del claxon por parte de los conductores de coche y moto; son escasísimos los que conducen más de 200 metros sin pitar, con la excusa de que «así no atropellan a nadie» y la consiguiente contaminación acústica. Es algo a lo que hay que acostumbrarse en esos lares.

La primera noche la pasé en un hostal llamado La Brisa Loca, y aunque no me atraen mucho este tipo de establecimientos, la verdad es que fue una experiencia la mar de interesante, gracias al bonito estilo colonial del edificio y a su desenfadada atmósfera; incluso los gringos y argentinos que mayoritariamente lo poblaban eran bastante tolerables. Más tarde me pasé al Emerald Hostel (en la puerta de al lado), donde puede confirmar esa misteriosa invasión argentina del Caribe. Santa Marta es sin duda una ciudad agradable, pero su mayor gracia es usarla como base para visitar otros lugares, como Tayrona, un pueblecito pesquero bastante popular. Su población es extremadamente humilde, y a excepción de la línea de playa -con sus chiringuitos y hostales- tiene enormes carencias urbanísticas, y muchas calles son de tierra y piedra. Es una lástima que no se beneficie más del abundante turismo.

Sin duda la gran atracción de la zona es el parque natural Tayrona, uno de los rincones más espectaculares de Colombia. Esta enorme reserva alberga arquetípicas playas del Caribe, acompañadas de grandes porciones de exuberante selva. Es mejor tomarse un tiempo para visitarla (al menos un par de días), aprovechando los varios cámpings de su interior. Las playas están separadas por senderos selváticos de longitud variable, que se recorren a pie o a caballo. En ellos es posible encontrar pequeños grupos de indios Tayronas, la etnia local, que se caracteriza por sus vestimentas blancas y al parecer se mueve libremente por el parque. La foto que encabeza la entrada corresponde a esta espectacular reserva.

Después de cuatro días en Santa Marta llegó el momento de conocer Cartagena de Indias, la mítica perla del Caribe. El trayecto entre ambas ciudades es realmente interesante, con paisajes realmente singulares y escenas humanas muy llamativas. Se trata de una zona de naturaleza muy rica, y en un momento dado la carretera tiene un largo acuífero a la izquierda y el mar a la derecha, así que los véhículos avanzan por una estrecha lengua de tierra. Esta zona es probablemente la más pobre de Colombia, y se divisan poblados polvorientos y paupérrimos, cuyos habitantes menudo carece incluso de zapatos y camisas. Al igual que en Taganga, estas poblaciones suelen vivir de la pesca, «atrapando de día lo que comen por la noche», y hay quien apunta que ese modo de vida es simplmente su idiosincrasia. En bastantes casas se ve pintado el escudo del equipo de fútbol más popular del Norte, el Atlético Junior.

Mi primer contacto con Cartagena fue en el barrio de Torices, donde se encontraba mi alojamiento. Se trata de una de las muchas «cocinas del infierno» que existen en todo el país (incluso más pobre que San Javier), y desde luego no es el mejor sitio para llevarse una buena primera impresión de la ciudad. Desde allí, tras una caminata de 20 minutos, se llega al actual centro de la ciudad, que no resulta desgradable pero tampoco tiene nada de especial. Sin embargo, todo cambia cuando se penetra en el centro histórico o «ciudad amurallada» a través de la Puerta del Reloj, accediendo a un micromundo mágico directamente entroncado con la gloria del antiguo imperio español.

Las calles de la ciudad amurallada son bellísimas y están magníficamente conservadas, siendo singularmente bonitas de noche, gracias a un acertado sistema de iluminación. Enseguida resulta obvio por qué la ciudad es llamada la Perla del Caribe, destacando rincones como la plaza de la catedral, que puede rivalizar con las de Venecia o cualquier otra de similar celebridad. Es posible recorrer este casco antiguo en coche de caballos, que a pesar de ser un obvio gancho para turistas contribuyen positivamente a la atmósfera. Las calles están cuajadas de establecimientos hosteleros y comerciales muy agradables y bien cuidados, lográndose conjuntar perfectamente la añeja armonía arquitectónica con las amenidades del consumo moderno.

Por supuesto, es recomendable transitar por el perímetro de la muralla, donde aún podemos ver muchos cañones apuntando hacia el mar, como cuando guarecían esa joya de la corona de los invasores ingleses. Por esta zona encontramos una sorpresa singular: una fuente análoga a la de Canaletas, fabricada en Barcelona, para más señas. ¡Quién sabe qué hisrotia tendrá detrás! La otra gran construcción defensiva de la ciudad -fuera del recinto amurallado- es el Castillo de San Felipe, una colosal fortaleza conservada casi a la perfección y que precisa más de dos horas para ser recorrida por completo. Desde sus alturas hay unas excelentes vistas de la ciudad, y a sus pies se encuentra el monumento al muy singular héroe Blas de Lezo, el hombre manco, tuerto y cojo que, en absoluta inferioridad, logró defender Cartagena ante la apabullante flota de Albión, logrando que siguiera siendo española durante varias décadas más. En el pedestal de la estatuas se reproducen las monedas que los ingleses acuñaron para conmemorar una victoria que daban por segura (esos tíos parecían culerdos).

El barrio más interesante de Cartagena, después del centro histórico, es Getsemaní, un encantador conjunto de pequeñas calles con todo el colorido y bullicio propios del Caribe. Es aquí donde se concentran casi todos los hostales de la ciudad, por lo que la atmósfera es decididamente joven e internacional. Aunque la arquitectura no es tan rica como en el centro, resulta también francamente bonita, gracias entre otras cosas a los atractivos colores de sus fachadas. En esta zona se encuentran algunos teatros de gran antiguedad y valor estético. Hay otras partes de la ciudad muy extensas, que albergan básicamente hoteles y suntuosas villas de extranjeros. Por esa zona podemos darnos un chapuzón en la enorme playa de Bocagrande, cuyas ocuras y bravas aguas permiten actividades como el surf y su variedad con cometa.

Sin embargo, el gran tesoro costero de Cartagena está a unos 40 kilómetros del corazón urbano, en la península de Barú, donde aguarda la portentosa Playa Blanca, muy adecuadamente bautizada. Existe una forma fácil de llegar (tomando el ferry en el puerto), y una complicada y poco glamurosa, pero muy barata: el primer paso es tomar una buseta en el multitudinario mercado de Basurto, una apoteosis de negritud (que diría Ansón), bullicio, calles de tierra y olores penetrantes. La buseta deja en algo menos de una hora en un pueblecito llamado Pasacaballos, y allí los motoratones se pelean (casi literalmente) por llevarte a Playa Blanca; si tienes suerte hasta te dejarán un casco no muy tercermundista. El viaje cuesta unos 17.000 pesos entre motoratones y buseta, frente a los aproximadamente 50.000 del ferry. Una vez más, toda la zona es paupérrima, un enorme contraste con lo que uno encuentra al llegar a Playa Blanca, básicamente la playa perfecta. Ciertamente no es solitaria -la visitan numerosos turistas de muchas nacionalidades-, pero lo compensa con su longitud, belleza, entorno y sobre todo sus limpísimas y cálidas aguas, de un tono azul turquesa, que dan la sensación de estar bañándose entre zafiros. Un lugar ideal para olvidarse de todo y disfrutar, con la posibilidad de alquilar una bonita cabaña y pasar allí varios días. Pocas horas después de visitarla, tomaba el avión de vuelta a Medellín.

Tres semanas después, durante las que viví en el barrio de Villahermosa, llegó el momento de volver a la patria, tras casi 5 meses en Colombia. Imposible no sentir una intensa melancolía cuando llega hora de abandonar un lugar que ha sido tu casa durante un tiempo prolongado. Un país al que llegué con miedo por la delincuencia y que fue, sin duda, el más hospitalario y acogedor que he conocido y que seguramente conozca; no hubo familia que conociera que no me abriera las puertas de su casa y me pusiera un plato sobre la mesa. Los colombianos son gente maravillosa, en varios aspectos mejores que los españoles, y se merecen que su país emerja y aproveche su enorme potencial; ojalá lo logren, así les lleve décadas, y espero que sus hermanos españoles juguemos un papel en ello. Durante mi estancia viví emociones muy intensas, algunas profundamente tristes y otras intensamente alegres; por supuesto me quedo con las últimas, que son las que tendrán alguna trascendencia en mi vida posterior. Amigos colombianos, amados paisas, guardadme un rincón para cuando vuelva a necesitar el calor que tan generosamente brota tanto de vuestras almas como de vuestro cielo. Me siento afortunado de tener dos países.
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París, Francia, Europa

Una nueva masacre. Más vidas cercenadas o destrozadas para siempre, esta vez más de doscientas. Como es natural, muchos tratan de averiguar el porqué, aunque a mí me parece más relevante el «ahora qué». Para ser crudamente sincero, pienso que «ahora nada», o casi nada. Porque, aunque es innegable lo atroz de la tragedia, es también algo perfectamente asumible para nuestra sociedad. La frialdad de los números nos dice que 200 es apenas una gota en un mar de 66 millones, y los ataques no dejarán ninguna huella permanente en París; los malos no pudieron o no se atrevieron a destruir algo tan icónico como la Torre Eiffel, y una vez recogidos los cadáveres, limpiada la sangre y reparados los desperfectos la gente seguirá su vida con total normalidad. Habrán escrito 20 twits al respecto, habrán puesto el filtro de la banderita francesa en su foto de Facebook y con ello básicamente considerarán que han cumplido su deber ciudadano.

Tampoco esperemos nada de los políticos: pese a que Hollande declarara de «acto de guerra» los atentados, me parece harto dudoso que vaya a aumentar la presencia francesa en Siria, iniciando una gran campaña militar contra el ISIS (o Daesh, como llaman ahora). Se dedicarán muchos medios a buscar a los culpables materiales, los demás estados colaborarán y ahí acabará todo. Los gobiernos que no tuvieran un plan claro respecto al islam desde luego no van a pergeñarlo ahora por una tragedia que será noticia vieja dentro de un mes, tal como hoy lo es la de Charlie Hebdo; masacres percibidas prácticamente como virtuales, a través de móviles y monitores. Ciertmente el islam habrá ganado unos cuantos detractores, pero la mayoría de personas no se moverá de sus fijaciones ideológicas. ¿Acaso en España no hay aún miles clamando por los «crímenes del franquismo», mientras el 11-M -que sigue siendo básicamente un misterio- se ha enterrado en el olvido?

El único problema es que cada una de estas matanzas nos acerca -esta vez sí de forma traumática e irreversible- a la pérdida de nuestra civilización y modo de vida, y los que tratamos de tener una visión del mundo algo más realista y alejada del buenismo que la media creemos que hacen falta acciones más allá de lo simbólico. Parece claro que la raíz del problema está en la incompatibilidad en el mismo espacio físico de Occidente e Islam: pese a que casos como Dubai demuestran que es posible la implantación exitosa de un Islam secularizado, esta religión se encuentra, en casi todo su ámbito geográfico, en una fase prácticamente medieval, fuertemente hibridada con la política y generando unos paradigmas sociales casi diametralmente opuestos a los de occidente. Ha llegado la hora de admitir que nuestro alegre aperturismo, el sueño de una Babel global, no estaba preparado para esta situación. Por ello es imprescindible desimbricar ambas culturas, dejando que crezcan por separado hasta que en el futuro cercano o lejano pueda volver a plantearse una convivencia.

Huelga decir que la tarea es de enorme complejidad, y excede con mucho mis conocimientos y capacidad de análisis, pero pese a ello me gustaría apuntar algunas posibles actuaciones, y usar estas sugerencias como base para la reflexión y el debate. Se trata de medidas que muchos europeos considerarían traumáticas, de todo punto incompatibles con las ideas mayoritarias de libertad individual, democracia y respeto a las culturas foráneas; sin embargo, es imprescindible entender que, o bien aplicamos ahora esta «dureza», o casi con seguridad llegarán auténticos cataclismos, cuando la guerra no será soterrada sino abierta, y los muertos no se contarán por cientos sino por millones. Paso a detallar algunos ámbitos claves en los que actuar:

Inmigración/Distribución poblacional/Demografía

Francia tiene actualmente 6 millones de musulmanes, nada menos que el 10% de su población, un vasto grupo humano que supera el número de habitantes de países como Dinamarca, Noruega o Irlanda. Más grave aún, no se trata de una población dispersa, sino concentrada en sus propios barrios o incluso ciudades enteras que se convierten en guetos, estados dentro del estado con un desapego casi total por la nación matriz. No creyendo necesario extenderme sobre la gravedad de ambos hechos, hay que plantearse cómo revertirlos. En primer lugar, el flujo migracional ha de ser dramáticamente reducido no sólo en Francia sino en toda la UE, estableciendo exigentes condiciones para la residencia en cualquiera de sus estados. Un simple permiso de trabajo no puede ser suficiente, y ha de exigirse como mínimo un alto dominio del idioma nacional. También se debería ser restrictivo con la zona de residencia del migrante, prohibiéndosele establecerse en los guetos ya existentes, con la idea de disolver estos a medio plazo. Respecto a la inmigración ilegal, es imprescindible implantar las devoluciones en frío por todo el perímetro europeo, tanto en tierra como en mar.

Pero la idea fundamental en este ámbito ha de ser resolver de una vez el problema demográfico europeo, eliminando la necesidad de importar mano de obra. Se trata obviamente de un problema muy complejo que merecería su propio estudio, pero hay medidas que considero ayudarían, tales como los subsidios o exenciones fiscales a cónyuges que optaran por permanecer en el hogar cuidando a los hijos -con mayores beneficios cuantos más hijos-, ayudas que estarían destinada principalmente a los autóctonos. Del mismo modo, a igual cualificación debería premiarse fiscalmente y con otros estímulos la contratación de nacionales. El «dumping» laboral es un problema muy cierto que debemos abordar de una vez.

Cultura y Religión

Resulta muy llamativo que en la marcha feminazi -perdón, feminista- del otro día no se viera la más mínima reivindicación a favor de las mujeres musulmanas residentes en España, un colectivo que sí puede quejarse legítimamente de estar sometido a sus maridos. Las dinámicas hombre/mujer de los musulmanes tienen su explicación y su función en sus propios entornos geográficos, pero resultan inaceptables en el nuestro. Si bien Occidente ha pecado de irse al otro extremo, cayendo en la hipersexualización y la promiscuidad, opino que no deberíamos consentir el velo islámico en ninguna de sus formas (hiyab, al-mira, chador, burka…), dejen ver el rostro o no. Aunque la vestimenta de la mujer musulmana suele estar impuesta por el marido, habría formas de hacer cumplir esta normativa sin recurrir a nada drástico: el método serían las sanciones administrativas, que acarrearían primero multas económicas y en los casos recalcitrantes pérdida de derechos como el de trabajo, el de voto y el de residencia.

En cuanto a las mezquitas, si bien no creo que se deban ilegalizar, ha de crearse una licencia de oficiante religioso, que el estado podrá retirar en caso de mala praxis. Los contenidos litúrgicos deberían controlarse mediante servicios de inteligencia, identificando a aquellos imanes que llamaran al odio étnico y retirándoles la mencionada licencia.

Relaciones políticas y comerciales

Este tema también es muy complejo, pero en los casos en que cierto gobierno o empresa tenga lazos conocidos con grupos terroristas, parece de sentido común implantar algún tipo de protocolo sancionador, que abarque desde los aranceles a la ruptura de relaciones comerciales, pudiendo incluso elaborarse una lista negra de empresas vinculadas con el terrorismo, con las cuales sería ilegal comerciar. Soy consciente de los grandes intereses de todo Occidente en el mundo islámico, pero seguramente pueda hacerse algo sin abandonar los límites del realismo, sobre todo ahora que nuestra dependencia del petróleo se ha visto fuertemente reducida.

Geoestrategia

Tras el desastre de Irak y la estéril fantasía de la primavera árabe, creo que algo ha quedado meridianamente claro: si la democracia llega algún día al mundo islámico, será probablemente dentro de mucho tiempo, cuando esté listo para ello. Mientras tanto, debemos asumir que el mejor gobierno para nosotros siempre será el más laico y el más pro-occidental, por más dictatorial que puedan parecer a los delicados ojos europeos. Derrocar a Sadam fue un carísimo y sangriento error, y lo mismo puede decirse de Mubarak y Gadafi. Aún estamos a tiempo de no hacer la misma imbecilidad en Siria, así como de impedir la implantación de nuevas teocracias, por más que ciertos poderes fácticos nos machaquen con la supuesta «moderación» de las facciones aspirantes a dirigirlas.

Intervención militar

A casi ningún europeo le gusta la intervención militar directa; además de ser algo tremendamente cososo, tras muchas décadas de amodorrado bienestar, simplemente le tenemos terror a la guerra, y me parece algo legítimo. De hecho, opino que en el mundo moderno casi nunca es necesario llegar a esto, pero cuando nos encontramos casos como el del ISIS, la resistencia al aplastamiento militar es simplemente ridícula. Al menos haríamos bien en no oponernos a los países que, como Rusia, tienen el coraje de intervenir directamente. Seguramente convendría establecer tratados con los gobiernos prooccidentales de la zona y ofrecerles ayuda y asesoramiento militar ante episodios de insurgencia en sus territorios, aunque esto se antoja complicado cuando ni siquiera tenemos un ejército europeo. Seguramente sea el momento de plantearse seriamente su creación.

En definitiva, el futuro es más incierto que nunca. Si bien es posible que sigamos poniendo más muertos en el altar del aperturismo y la tolerancia mal entendida, forzosamente algunas conciencias tienen que estar moviéndose. La única forma en que se antoja posible un cambio significativo en Francia sería una victoria del Frente Nacional, posibilidad para muchos más terrorífica que cualquier masacre islámica (no olvidemos que el gran espantajo de la Europa que no vivió bajo el telón sigue siendo el lejanísimo nazismo). Sin embargo, ya se han probado otros caminos, que no parecen haber logrado nada en el terreno de la integración ni de la seguridad. Dejemos hacer a Marine Le Pen y los suyos, que ya habrá tiempo de juzgar su tarea de gobierno. En cuanto a España, el número de musulmanes se acerca ya a los dos millones. Ahora estamos inmersos en un proceso de transformación política que absorbe toda nuestra atención, pero en algún momento deberemos afrontar el problema. No en vano el antiguo Al-Andalus es uno de los puntos clave en esta batalla por la supervivencia de Occidente.
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Viviendo en Colombia, IV

Dicen que en la vida hay que ir siempre hacia arriba, y eso es precisamente lo que yo hice. Atrás quedó Prado Centro, donde pasé más de dos meses, para trasladarme al barrio de Villa Hermosa, a sólo unas calles de distancia, pero mucho, mucho más arriba. Entre ambas casas, un viaje a la costa Caribe que relataré en el quinto y último capítulo de esta serie. Desde las alturas Villa Hermosa se ve casi toda Medellín, e incluso una puesta de sol más que aceptable en esta ciudad cercada por montañas. Aunque está a apenas 15 minutos caminando de la Avda. de la Playa -una de más concurridas y bonitas vías de la ciudad-, el da una impresión de mundo aislado y autocontenido, apto para pasar una temporada casi contemplativa, realizando balance de este viaje que muy pronto tocará a su fin. Hay varios aspectos tremendamente interesantes del país que aún no he comentado, y que paso a compartir con vosotros.

El fútbol

La afición por el deporte rey en Colombia es desmedida, mucho mayor que en la España actual, y seguramente de cualquier época; puede considerarse con toda justicia la segunda religión del país. En Medellín los equipos relevantes son Nacional, Nacional y Nacional (Atlético Nacional de Medellín), y su zamarra verdiblanca es probablemente la prenda más usada de la ciudad, ya sea original o pirata, de esta temporada o anteriores. Los seguidores del segundo equipo en importancia, Independiente de Medellín (alias «El poderoso») son tremendamente fanáticos, pero la diferencia de número entre ambas aficiobes es abrumadora, fácilmente de 8 a 1. Nacional es, además, el «Real Madrid» colombiano, el único club con seguimiento en todo el país (generalmente hay mucha fidelidad al equipo local) y el más laureado de las últimas décadas. Su nivel internacional, no obstante, es bajo, y no suele llegar lejos en la Libertadores, aunque el año pasado alcanzó final de la Copa Sudamericana -una especie de Europa League-, que perdió a doble partido con River Plate.

Nacional e Independiente comparten estadio, el Atanasio Girardot, que forma parte de un céntrico complejo polideportivo. Tiene una capacidad de 46.000 espectadores, aunque da la impresión de ser mucho más pequeño que el Bernabéu. A nivel de animación tiene dos «barras»: una de unos 5.000 componentes, que ocupa todo un fondo y viste de blanco, y otra mucho más pequeña e informal en el fondo opuesto, de unos 100 componentes. Antes de cada partido todos los espectadores cantan el himno del club brazo en alto, y hay cánticos predeterminados cuando se marca un gol y cuando se señala penalti, coreados por todo el estadio.

Hablo literalmente cuando digo que el fútbol aquí es una religión, como sólo puede serlo entre seguidores con un nivel socioeconómico bajo o muy bajo, con unos horizontes que a menudo no van más allá del marcado por el Girardot. Tanto es así que muchos de estos hinchas hacen grabar el escudo del equipo en la lápida de su tumba, por increíble que parezca (luego más sobre esto). A veces hay graves problemas de violencia, aunque actualmente parecen bastante controlados. No obstante, en mis primeras semanas aquí un «pelao» de Nacional murió apuñalado por una pandilla de simpatizantes de Independiente,y para evitar problemas no está permitido ingresar al estadio con la camiseta de ninguno de los equipos que juegan (aunque algunos se las apañan para meterla).

Cuando he dicho que aquí sólo existe Nacional, por supuesto estaba obviando una de las grandes obsesiones del país: la Selección Colombia. Cualquier simple amistoso se sigue con el interés que en Europa suscita un superclásico, y no digamos ya los partidos oficiales. Imaginad mi divertida sorpresa cuando, en un amistoso disputado a las cuatro de las tarde contra USA, un postrero gol colombiano se celebró como si se hubiera sido anotado en la fase final de un Mundial. Existen algunos colombianos a los cuales la selección le es indiferente, pero, como ocurre con la religión de las iglesias, es un porcentaje muy reducido, y la camiseta amarilla es la segunda piel del país, para hombres y mujeres. En cuanto a las camisetas de clubes de otros países, es posible ver bastantes de Barcelona y Real Madrid, con alguna predominancia de la primera (aunque esto se está equilibrando tras el fichaje de James por los blancos), pero raramente son prendas originales. Los clubes no colombianos ni españoles tienen una presencia meramente testimonial.

La naturaleza

En esta región del mundo no hay que esforzarse porque las plantas crezcan; lo difícil es evitar que lo hagan. Así, en cualquier rincón de la ciudad crecen palmeras y muchas otras especies de exuberantes árboles. Sin embargo, en otras partes el verde está casi erradicado, y de hecho los parques al estilo europeo son una rareza. La gran excepción es el Jardín Botánico, situado cerca de Prado, una micromuestra de la exuberante naturaleza colombiana. En él pueden verse especímenes de las muchas y maravillosas aves que pueblan la nación, así como de sus excepcionales mariposas y de las muy populares iguanas, lentas pero excelentes trepadoras (ver recorrido subjetivo aquí). Otra excepción es el Parque Arví, que no forma parte de la ciudad propiamente dicha, y al que sólo se puede llegar tras un largo trayecto en Metrocable. Se trata de una extensa reserva boscosa con vegetación casi totalmente europea, lo que puede verse como una ventaja o una desventaja.

En cuanto a la naturaleza salvaje, tuve ocasión de conocerla gracias a la generosidad de mis anfitriones en Prado, quienes me invitaron a su finca en la localidad de San Rafael, a 114 kms de Medellín. Se trata de una zona exuberante, montañosa como casi todo el país, cuya naturaleza sufrió primero por la ganadería -la cual convirtió los montes en potreros (cercados para la cría de ganado)- y luego por la guerra del narcotráfico, que dejó la zona medio arrasada. Hoy día, no obstante, está muy regenerada, y la finca que visité había revertido a un estado selvático casi virgen. También está la región amazónica, en el sur del país, que no he podido visitar.

La universidad


Lo ultimísimo en teoría política.

Como ya he mencionado alguna vez, Colombia tiene un potencial casi infinito, pero para desarrollarlo debe dar algunos saltos decisivos de progreso, y uno de ellos es optimizar su educación. La universidad de Antioquia pasa por ser una de las mejores del país, y realmente no quiero imaginarme cómo serán las peores, porque seguro que hay mítines de Izquierda Unida y Podemos con más pluralidad ideológica que en esta malhadada institución. Fue simplemente desolador entrar a visitarla y encontrarme con una colección casi infinita de grafitis dedicados a los tótems y lemas más rancios de la izquierda radical, caducados hace como mínimo medio siglo, sin faltar los imprescindibles «mártires asesinados por la brutalidad policial» (ver ejemplos aquí, aquí, aquí, aquí y aquí).

Ése es el ambiente en el que deben desarrollarse las mentes que liderarán el país en el futuro. ¿A alguien puede extrañarle que hoy día, esta universidad sea casi más conocida por sus constantes movilizaciones y algaradas que por su nivel académico? Imagínense nuestra Complutense multiplicada por cinco, y sin el entorno europeo para amortiguar. Tampoco faltan las agresiones a profesores, ni más de un centenar de atracos anuales. Latinoamérica lleva décadas entrando y saliendo del totalitarismo comunista, y es un peligro muy lejos de disiparse; tan sólo el descomunal fracaso de Venezuela y la sangre derramadas por las FARC ejerce a día de hoy de vacuna efectiva, pero no permanente.

Las motos

Los vehículos de dos ruedas le disputan a los taxis la supremacía del tráfico en Medellín. Es una ciudad con miles y miles de motos, que tienen la curiosa costumbre de circular en grupo aunque sus conductores no se conozcan, y con el mismo desprecio hacia el peatón que los coches; aquí el motor siempre tiene prioridad. Se suele circular con casco, aunque tampoco es una condición sine qua non, y en algunas zonas se prescinde de él casi por completo. Es el caso de Moravia, una barriada popular, llena de billares, bazares y pequeños bares (qué frase tan musical), por cuyas estrechas calles circulan multitud de jovencitos y jovencitas en scooters. Está prohibido llevar paquete («parrillero») en la ciudad, a menos que sea padre, hijo o hermano (auténtico).

La popularidad de la moto es comprensible por su baratura y capacidad para moverse por un tráfico infernal, pero tiene efectos terriblemente perniciosos. Para empezar, muchas son horriblemente ruidosas (a menudo de forma deliberada), pero lo peor es que el mantenimiento que requieren ha convertido a Medellín en, probablemente, la ciudad con más talleres mecánicos de la Tierra. Estos ocupan docenas de hectáreas, y ciertamente no transmiten una imagen bonita: la mayoría son sucios, viejos y descuidados, y lo peor es que ocupan enormes zonas del centro, pegados a puntos neurálgicos como el Parque Berrío. Son sin duda el mayor problema urbanístico de la ciudad junto con la infravivienda, y Medellín no dará el salto a la modernidad hasta que los reorganice de algún modo.

La muerte

Uno de los lugares más famosos de Prado Centro es el «Cementerio Museo» de San Pedro, considerado de gran valor artístico, y en el cual se celebran actos culturales regularmente. En sus cercanías hay muchos negocios dedicados a una singular industria del país: las lápidas. Un nicho colombiano puede ser como los europeos, cubierto por una placa de mármol con el nombre del finado y una dedicatoria de su familia, pero muchos optan por un modelo muy diferente, con textos e imágenes en color impresos en metacrilato. La composición siempre incluye una foto de la persona fallecida, y suele ir acompañada de motivos religiosos, pero también puede tener un simple paisaje de fondo o lo que se quiera. Como mencioné antes, en muchas de ellas se incluye el escudo del equipo del fallecido (ejemplos aquí y aquí).

Desde luego, estas lápidas son tremendamente chocantes al principio. Uno no está acostumbrado a que un muerto lo mire desde su tumba, y para una mentalidad europea es algo un tanto exhibicionista. No obstante, tras un periodo de reflexión adquiere cierta lógica: al fin y al cabo, es algo mucho más personal que una fría piedra, y nos recuerda que un muerto no es un simple nombre, sino alguien que fue muy real, y que muchos se fueron en la flor de la vida, algunos como simples adolescentes. Otras singularidades son incluir el mote del fallecido en la lápida, o que en la foto aparezca la persona bailando en plena rumba. ¿Quién sabe si llegaremos a ver este tipo de lápidas en nuestro entorno? Lo del escudo del equipo puede parecer demasiado, pero sinceramente no pondría la mano en el fuego por que no lleguemos a hacerlo.
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Viviendo en Colombia, III

Parte 3: Transporte, religión y habla
Transporte

Si nos ceñimos a Medellín, el transporte es más que aceptable, si bien hay que matizar: es la única ciudad de Colombia con metro, y además muy moderno y bonito, pero su alcance hoy por hoy es bastante limitado (35 estaciones contra las, por ejemplo, 267 de Madrid) y en las horas punta el nivel de ocupación es tal que se vuelve casi inutilizable; los convoyes llegan tan cargados que a menudo es físicamente imposible meter una persona más, y no es raro tener que esperar al tercero o cuarto para intentar la proeza de encontrar un hueco. Funciona hasta las once de la noche (diez en fin de semana) y el precio es muy asequible, 1900 pesos por viaje (unos 80 cts.). Sin embargo, no hay máquinas para comprar billetes ni recargar la tarjeta magnética, por lo que si te has quedado sin recarga puede tocarte hacer una larga cola. Por supuesto, el rasgo más distintivo del metro de Medellín son las líneas de Metrocable, teleféricos que dan acceso a las cuadras altas, siendo vitales para su desarrollo.

Otro medio de transporte masivo es el taxi (apodado «la mancha amarilla»), que puede suponer fácilmente un tercio del tráfico de la ciudad; realmente es muy raro esperar más de un par de minutos para que aparezca uno libre. Casi todos son vehículos pequeños, normalmente de la marca Honda o Chevrolet, y la calidad del servicio es, lisa y llanamente, cuestión de suerte: igual te puede tocar un buen profesional con su GPS que uno que desconoce varias zonas de la ciudad y tienen que pararse a preguntar el camino a los peatones. Igualmente, algunos conducen bien y otros parece que estén en una persecución o en los coches de choque. Uno joven me llegó a decir que esa noche estaba conduciendo el taxi de su suegro, lo que da idea del control del sector. Las tarifas son MUY baratas: por 7000 pesos (unos 3 euros) puedes llegar a casi cualquier parte de la ciudad, y un trayecto realmente largo nunca superará los 12.000 pesos (4,8 euros). En los pueblos de Antioquia los taxis son escasos, siendo mucho más habitual el motocarro; también existe el «motorratón», que no es ni más ni menos que una moto ejerciendo de taxi.

También están los autobuses, toda una historia. El bus estándar colombiano es mucho más pequeño que el europeo, recibe el nombre de «buseta» y normalmente sólo admite unas 15 personas sentadas y unas 10 más de pie. Si eres claustrofóbico NO DEBES cogerlos, a menos que sea una hora de muy poco tráfico. Lo más llamativo es su exterior, con una decoración de fantasía impensable en nuestro entorno cultural. Además de estar pintados de llamativos colores, las ventanas están ornamentadas por grandes adhesivos de vinilo con temática totalmente libre: puede ser una chica de anime, el logo de un equipo de la NBA o la cara de Pablo Escobar, aunque muy a menudo se trata temas religiosos, normalmente la virgen y sobre todo Jesucristo (es muy popular la representación de la película de Zeffirelli). Otro adorno popular son las larguísimas tiras de luces LED, que convierten a las busetas en todo un show nocturno. El trayecto es ligeramente más barato que el del metro, unos 1700 pesos.

Siguiendo con los buses, está la red Metroplús, compuesta por grandes autobuses articulados, que cuenta con su propio carril y apeaderos techados donde se pica el billete antes de subir. No obstante, debido a la existencia del metro, los buses grandes tienen mucha menos importancia que en Bogotá, donde operan bajo el nombre de Transmilenio. En la capital del país el movimiento de trabajadores depende totalmente de esta red, que se ha hecho tristemente famosa por la extrema sobreocupación de los vehículos y por numerosos episodios de tocamientos a mujeres. También están los buses que viajan entre ciudades, algo más grandes que las busetas pero menores que el típico autocar europeo, y el tipo más divertido: las chivas, que son ni más ni menos que vehículos festivos para beber y bailar. Es posible verlas en Medellín los fines de semana por la noche, aunque son bastante más habituales de las localidades turísticas.

El movimiento entre ciudades es complejo, sobre todo por la desconcertante inexistencia del ferrocarril en Colombia, al parecer por los intereses comerciales del transporte rodado durante el pasado siglo. Así pues, las únicas opciones son el autobús o el avión. El bus no es recomendable para los trayectos largos: en algunas partes del país las infraestructuras son pésimas, y el viaje desde la frontera Sur hasta Medellín (unos 960 kms.) puede demorarse… ¡21 horas! Así pues, la alternativa más razonable para distancias de más de 120 kms. es el avión, normalmente bimotores medianos, con un coste de entre 40 y 150 €, según el trayecto.

Religión

Quizá la diferencia más llamativa de Colombia con España, y con Europa en general, es la forma en la que se vive el hecho religioso. Puede que España tenga fama de espiritual y ultracatólica, pero en la práctica es un país muy cercano al ateísmo. Los de mi generación (nacidos en los 70 u 80), ¿cuánta gente de vuestra edad conocéis que vaya a misa al menos una vez a la semana? ¿Dos, tres personas a lo sumo? Si nos vamos a los menores de 20, la cifra se reduce probablemente a cero. ¿Cuánta gente os menciona alguna vez a Dios, fuera de la ocasional discusión filosófica de bar? Las manifestaciones de fe suelen reducirse a portar un crucifijo, visitas a la iglesia en los cuatro actos sociales típicos –bautizo, comunión, boda, funerale- y la esperanza de la trascendencia de la carne.

En Colombia la religión, y más concretamente la fe católica, forma parte de la vida cotidiana de las personas. El signo más visible de esto es la enorme cantidad de imágenes religiosas que se pueden encontrar en cualquier parte, especialmente en las barriadas populares. En un sitio como San Javier es literalmente imposible caminar 100 metros sin encontrarte una imagen de la virgen María, ya sea en una propiedad privada o colocada por el municipio. A veces, estas figuras tienen una placa a los pies que reza “Virgen fiel, consérvanos en la fe católica”. Es muy frecuente santiguarse al pasar delante de ellas, y también frente a la iglesia. La otra imagen típica son los retratos de Jesucristo, que pueden encontrarse en una abrumadora mayoría de hogares, normalmente en distintas variedades del «sagrado corazón».

Las misas tienen gran concurrencia a diario, con predominancia de personas mayores, pero sin que falten jóvenes e incluso adolescentes. Algunas personas la observan de rodillas desde el suelo. Además del catolicismo, hay varias sectas del cristianismo con numerosos seguidores, entre ellas los adventistas del séptimo día y los testigos de Jehová, que realizan un agresivo proselitismo, hasta el punto de que algunas familias colocan carteles en sus casas indicándoles que no les molesten (y por cierto, no es el único lugar del mundo donde este grupo intenta expandirse). Dios está presente en los saludos y las despedidas, en las conversaciones, en los lemas de diversas instituciones. Es parte totalmente indisoluble del país, aunque sea un estado laico, y el colombiano medio está absolutamente convencido de que Cristo rescatará su alma inmortal.

Por supuesto la Navidad se vive con enorme entusiasmo, y la población se entrega totalmente a sus tradiciones, empezando por las velas de colores a las puertas de las casas la noche de la Inmaculada, pasando por rezar las novenas en reuniones familiares y terminando por los alumbrados caseros, toda una competición por ver quién coloca los adornos más grandes y llamativos. Tema aparte son los cementerios, que trataré en la próxima entrega.

El habla

A menudo se dice que en Sudamérica se habla el español mejor que en España, noción que no sé muy bien dónde se origina. En Colombia la mayor parte de la población es media-baja, y eso se refleja en el lenguaje, que más que «bueno» o «malo» es popular, con lo que ello conlleva (aunque sí es cierto es que en esta zona del mundo sobreviven palabras extintas en España). La mayor ventaja que tiene aquí el idioma es la inexistencia del tuteo para los imperativos plurales, lo que evitar las trampas en las que cae el 80% de la población española, esos insufribles «sentaros», «callaros», etc. (aquí son siempre «siéntense», «cállense»…). El tuteo existe, pero sólo en forma singular, y la oportunidad de su uso es realmente ambígua, aunque puede decirse que hace falta bastante confianza para usarlo, y que incluso novios y esposos, así como padres e hijos, se hablan de usted. Sin embargo, se usan invariablemente los términos coloquiales «papá» y «mamá», siempre precedidos del pronombre posesivo, de modo que si un hermano le pregunta a otro cómo está el padre de ambos, usará la frase «¿cómo está mi papá?» Además de esto, en algunas zonas es frecuente el uso del «vos», pese a la distancia con Argentina y Uruguay.

El nivel de dicción es variable, y si bien generalmente es correcto, alguna gente habla muy cerrado y cuesta realmente entenderla (eso sí, como ya dije el acento paisa es muy bonito). El diminutivo masculino es «ito», y el femenino «eta», de modo que se dice «buseta», «cocineta», «tocineta»… Una excepción son los nombres acabados en «n», cuyo diminutivo es «ncho» (Juliancho, Rubencho, Ivancho…). Hablando de nombres, los de la gente están contaminadísmos por la influencia anglosajona, y además se transmiten de forma fonética, de modo que pueden escribirse de cualquier modo siempre que conserven el sonido. De ese modo, tenemos Yennifer-Jeniffer-Yénifer, Valery-Váleri, Wilfred-Vílfred, etc. Un nombre femenino particularmente desconcertante es Leidy, muy extendido por todo el país.

La coletilla más usada es «de pronto», que se puede meter en cualquier frase y equivale aproximadamente a nuestro «a lo mejor». Otra costumbre muy curiosa es el cambio de género de muchos sustantivos respecto a España, de modo que la banqueta se convierte en banqueto, la ficha en ficho y la bombilla en bombillo. Además, los verbos cuyo infinitvo acaba en «ear» se cambian invariablemente por «iar» (por ejemplo, «corretiar»), aunque creo que esta costumbre se considera vulgarismo. Aquí hay una lista (incompleta, por supuesto) de colombianismos que he recopilado:
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Banano – Plátano Sánduche – Sandwich Pantaloneta – Pantalón de deporte Chuzo – Pincho / Chuzada – Pinchazo Cilindro – Bombona
Rumba – Juerga / Rumbiar – Ir de juerga Tiquete – Billete o tíquet Gaseosa – Refresco sin alcohol (aunque no tenga gas) Con gusto – De nada Guayabo – Resaca
Solomito – Solomillo Afán – Prisa (Tener afán) Bien pueda – Adelante (imperativo) Hágale / Hágale pues – Venga Listo – Vale
Rico – Agradable, bonito Bacano – Guay, genial (También “ser un bacán”, para las personas) Trapeadora – Fregona / Trapiar – Fregar Bravo – Enfadado, cabreado Pelao, Chino – Niño
Cucho – Viejo, Anciano Tinto – Café solo Pitillo – Pajita (Se usa para remover el café) Saco – Chaqueta Trotar – Correr, hacer footing
Chévere – Genial Plata, Billete – Dinero («Ganar mucho billete») Malandros – Malhechores Parcero, Parce (pronunciando la «c» como «s» – Colega Dar papaya – Exponerse, caminar por sitios peligrosos

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