Dejar de comer cosas ricas no te salvará la vida

Los primeros homínidos aparecieron hace unos 200.000 años, con una dieta no muy distinta a la de los simios de la época: carne cruda, pescado y lo que pudieran recoger del suelo o los árboles. Mucho después dominaron el fuego y pudieron cocinar la carne, lo cual permitió una mandíbula más reducida y mayor espacio para la cavidad cerebral. El fuego también permitió ampliar la dieta con caldos y vegetales cocidos.

Cada paso civilizatorio amplió la dieta humana: la agricultura y la ganadería permitieron aprovechar la energía de los cereales, y con ella la de las harinas. Incorporamos un nutriente extraordinario como los lácteos. Con el tiempo, ya no bastaba con alimentarse sino con deleitarse: aprendimos a refinar el azúcar y a añadir todo tipo de condimentos a la comida, que de hecho se convirtieron en una de las mercancías más codiciadas del mundo. Con huevos, leche, harina y azúcar creamos algo que mezclaba comida y arte: la repostería.

Pasaron los siglos y, en contra de las previsiones malthusianas, resulta que la comida es algo mucho más abundante y fácil de producir de lo que nunca habríamos imaginado. Hasta el punto de que en todos los países desarrollados hay una absoluta sobreabundancia de alimentos, y con ella problemas nuevos como los hábitos de consumo compulsivo y la obesidad. Un gran número de personas se alimenta primariamente de comidas «gratificantes», excesivas en hidratos, grasas, azúcares…

Aquí es donde entran los «gurús» que de repente van a «enseñar a comer» al organismo más maravillosamente omnívoro de la creación. Alimentos prohibidos, alimentos imprescindibles, alimentos «venenosos», «superalimentos».

GI-LI-PO-LLE-CES.

Una persona con buena salud y con suficiente actividad física puede comer lo que le apetezca, dentro de unos límites razonables. Harinas, azúcares, carne, pescado, cereales… no sólo son energéticos y nutritivos, sino que nos hemos ganado el derecho a comerlos y gozarlos a lo largo de siglos domando las materias primas y las técnicas de elaboración. El que se prive de los embutidos, los cereales o los helados en cantidades moderadas pensando que va a vivir diez años más es un pobre idiota. La salud viene determinada en un altísimo porcentaje por la genética, y la china de una enfermedad grave a menudo le toca a gente sin hábitos especialmente nocivos.

Esto no quiere decir que midiendo tu dieta al milímetro, con calendarios, cetosis y su puta madre no puedas obtener beneficios si eres deportista de alto rendimiento, o reducir en un mínimo porcentaje la posibilidad de enfermar, o ganar un par de añitos de vida siendo optimistas. Pero para el 99% de los mortales, sinceramente no vale la pena. Cómete ese postre con nata, zámpate los krispis del desayuno y disfruta de unos huevos con béicon, no te va a pasar absolutamente nada si tienes un régimen de ejercicio razonable, evitas verdaderos venenos como el tabaco y no pasas sentado diez horas al día. No hemos desarrollado 30 siglos de cultura para comer como un legionario romano.

Los 11 hijos de Elon Musk


«¿Este es el séptimo… el octavo?»

– Nevada Musk, primer niño con su mujer Justine. Fallece por síndrome de muerte súbita del lactante.

– Griffin y Alex, gemelos con la misma mujer mediante fecundación in vitro. Ahora Alex se llama Vivian y ha renegado del apellido Musk.

– Kai, Saxon y y Damian, trillizos, otra vez por fecundación in vitro.

– Oonagh Paige Heard, hija de Amber Heard nacida el año pasado. El nombre no es inventado, ni la historia de cómo nació. Mientras estos dos desequilibrados estaban juntos, crearon embriones aportando óvulos y semen, y los dejaron congelados. La amiga Amber decidió implantarse uno en 2020. Antes de eso Ego la demandó exigiendo que destruyera los embriones.

– X AE A-XII (niño) y Exa Dark Sideræl (niña), con la cretina pseudocantante conocida como Grimes. El primero lo dio a luz ella y el segundo fue mediante vientre de alquiler, cuando ambos ya habían terminado la relación (posiblemente también había embriones congelados). Aunque esos son los nombres legales de los hijos, por lo visto los llaman simplemente X e Y.

– Dos nuevos gemelos de nombre desconocido, con una ejecutiva que primero trabajó en Tesla y luego en Neuralink. Ni cotiza que también se tuvieron por medios artificiales. Nacieron una semanas antes que la niña de Grimes.

Como vemos, un señor de impecable estabilidad mental e inquebrantables principios morales, perfectamente capacitado para dirigir una de las empresas con mayor valoración bursátil del mundo.

Cazafantasmas: Más allá – Jason tampoco entiende (casi) nada

Título original: Ghostbusters: After life – EEUU, 2019 – Dir: Jason Reitman

Aunque tenía expectativas bajas con esta película y el trailer no era excesivamente prometedor, es imposible no tener curiosidad sobre lo que haría un director inteligente como Jason Reitman con la celebérrima franquicia que tanto éxito le reportó a su padre Ivan.

La pelicula comienza con buenas sensaciones alejando la historia de Nueva York, algo que se debió hacer desde la primera secuela (¿qué les quedaba por conseguir allí?) y fijando el escenario en uno de esos pueblos americanos que tanto atraen a Reitman Jr. Se establece la posibilidad de crear un microcosmos y de arcos personales interesantes, con niños urbanitas adaptándose a ese entorno rural.

Lamentablemente se hace poco con esa premisa, y enseguida empieza la confusión narrativa, sobre todo para alguien de fuera de EEUU. ¿Qué es la «escuela de verano» a la que ambos hermanos empiezan a acudir nada más mudarse? ¿Por qué la protagonista Phoebe, estudiante brillantísima, tiene que ir a lo que parecen clases de refuerzo o recuperación? Ahí conocemos al personaje de Paul Rudd, un sismólogo que renuncia completamente a impartir sus clases y prefiere poner películas en VHS a los alumnos, sin motivo claro (no parecen chicos conflictivos ni desinteresados). ¡Pero tranquilos, tiene una función en la historia! Resulta que el pueblo está sufriendo temblores diarios (?) sin estar en una zona sísmica, así que el profe colaborará con Phoebe para descubrir el origen de la anomalía.

La jovencísima McKenna Grace (no tiene los nombres invertidos) es sin duda lo mejor de la película, muy mona, graciosa y caracterizada para creernos perfectamente que es nieta de Egon Spengler, antiguo propietario de la granja que acaba de heredar su familia. Sus peripecias y sus descubrimientos graduales se siguen con agrado, a la espera de que todo fructifique en momentos satisfactorios de comedia/acción/resolución del misterio. Lamentablemente casi nada de todo eso llega, y según se nos descubren nuevos detalles van siendo más evidentes los debilísimos cimientos en los que asienta la historia. Una de las premisas principales (¿por qué Phoebe y su hermano jamás han oído hablar de su abuelo Spengler?) depende de presentar al bueno de Egon como un personaje despreciable y enloquecido; lo que tenía que ser un homenaje al fallecido Harold Ramis tan sólo consigue estropear la figura del extravagante genio mucho más que la secuela «Ghostbusters II».

Las escenas de acción funcionan razonablemente bien, pudiendo destacarse la persecución fantasmal del «Ecto 1» por la mitad del pueblo, aunque le falte estar arropada por una narrativa más fuerte antes y después. El tercer acto es donde el film se «vende a abajo», no en lo visual pero sí en lo argumental. No sólo están ya al descubierto todos los elementos disfuncionales de la trama, sino que lamentablemente se opta por fotocopiar casi paso por paso el clímax de la primera película, al estilo «El despertar de la fuerza», un movimiento que deja boquiabierto por la falta de creatividad y la pereza de dos guionistas supuestamente alternativos. Cuando llegan los cameos del reparto original la sensación es totalmente inorgánica y forzada, inspirando más tristeza y sonrojo que emoción. Pensad en «Indiana Jones IV» para saber a qué me refiero.

Al final del film no se detecta un solo arco significativo: Phoebe es básicamente el mismo personaje, nunca es realmente una niña tímida y marginada, sino una nerda altamente recursiva; su hermano básicamente pasaba por ahí; la madre perdona finalmente el abandono de su padre sin que se haya dado un buen motivo para ello. Este personaje, el más negativo de la película, es el que mejor indica que Reitman no ha logrado captar la esencia de la comedia original: «Ghostbusters» trata sobre unos tipos cínicos, un tanto desastrosos y al margen del sistema, pero también con enorme iniciativa, tenaces y por supuesto graciosos. Esta es simplemente una señora que odia a su papá y que tiene problemas económicos (trama que por cierto se deja colgada tras los primeros minutos; ¿buscó trabajo al menos?).

Aunque ciertamente se aprecian las buenas intenciones, de nada sirven si se respaldan con un guión perezoso, con infinitos agujeros y que deja en pésimo lugar a los personajes que supuestamente los creadores de la historia veneran.

Leo que la película ha tenido muy buena acogida entre el fandom, emocionado por la miriada de elementos del original aludidos en esta entrega, asegurando que por fin un film «hace justicia» a la franquicia. Este sin duda es uno de los fenómenos más terribles del cine actual, el de los «fanboys» que componen aproximadamente el 75% del público y para quienes la historia del cine empieza en los 70, con el advenimiento de los Coppola, Lucas y compañía. La vasta mayoría de «canales de cine» de Youtube va a dirigida a estos fans que básicamente se dedican a la masturbación mutua y a la búsqueda de «consensos».

El «consenso» sobre Cazafantasmas: Más allá, como digo, es que es una pelicula fantástica por el «respeto» al original. Pero no, ni peli de Paul Feig con reparto femenino es mala por alejarse de la primera versión, ni esta es buena por replicarla torpemente. Ambas podrían ser productos perfectamente dignos por el sencillo método de tener guiones sólidos, lograr química entre los personajes y evitar los errores más obtusos. La resolución de «Más allá» nos deja con un grupo de críos que ni con el mayor esfuerzo uno puede imaginar siguiendo los pasos del equipo original, ni por actitud ni por simple posibilidad práctica. ¿Van a perseguir los fantasmas cuando salgan del cole? Por más que este fandom pajillero ya fantasee con secuelas, creo que la única posibilidad que le queda a la franquicia es el formato televisivo, que necesariamente precisaría un «reboot».

Trump y las tres Américas

Ha pasado ya una semana desde las gringoelecciones, y si bien aún no se ha definido el ganador, el hecho es que Dónol Tromp no ha logrado la amplia victoria que algunos pensábamos merecía (de hecho, ahora mismo sólo complejos recursos y batallas judiciales podrían darle la victoria). Una presidencia americana puede valorarse de muchas formas, pero hay dos factores que suelen ser los más determinantes: la economía y la política exterior. Incluso con hacerlo aceptablemente en el primer aspecto, los presidentes gringos repiten mandato con escasas excepciones. Si desde un punto de visto objetivo Trump ha rendido notablemente en ambos parámetros, ¿cómo no ha sido capaz de imponerse claramente a Joe Biden, uno de los candidatos más flojos y menos ilusionantes que se recuerdan?

Por supuesto la cuestión es compleja, y no pretendo recoger aquí las mil variables que han contribuido a este resultado electoral (entre ellas el enorme factor distorsionador del virus, sin el cual quizá Trump habría ganado fácilmente). Pero sí quiero delinear los tres principales grupos poblacionales que apoyan/se oponen a un personaje como Trump, para tratar de aportar perspectiva a la situación. Por supuesto, existen muchísimos más grupos y subgrupos, y mi análisis es una sobresimplificación de algo tan complejo como la sociedad estadounidense, pero creo que tiene validez como descripción general.

1) El americano «de toda la vida». El Wasp y sus derivados/adyacentes que constituyen la base del país desde su fundación. Tienen los mismos valores que Supermán (Verdad/Justicia/American Way) y, aun exhibiendo la variedad propia de cualquier grup humano, no han cambiao esencialmente respecto al estadounidense medio del último siglo. Unos tienen trabajos de oficina, otros son trabajadores manuales y otros población rural, pero seguramente tienen varios puntos de encuentro, igual que un contable de Valencia que vota al PP puede tomarse unas cerves con un agricultor murciano de cualquier filiación política no radical. Este grupo incluye a las minorías que han dejado atrás su «hecho racial» y se han integrado satisfactoriamente en el resto de la sociedad.

2) El revolucionario de salón (y alguno de calle). Se concentra principalmente en las dos costas, sobre todo en tres ciudades (Nueva York, Los Ángeles y San Francisco). Hablamos de gente de clase media alta o alta que, como cualquiera que tenga el bolsillo y el estómago llenos pero no así la cabeza, empieza a sentir culpabilidad de clase y se convence de que puede arreglar el mundo mediante «políticas sociales», toda una serie de medidas tan bienintencionadas como alejadas de la realidad. El revolucionario de salón raramente trabaja con las manos, y no tiene necesariamente una idea precisa de cómo se genera la riqueza de su país; del sector indistrial le preocupa más las contaminación que los bienes que produce, y lo mismo puede decirse de la energía, un recurso que sólo es válido si se genera de forma «limpia»; de este modo, un campo de paneles solares que malamente podría alimentar una fábrica le parece más deseable que toda la industria del «fracking», la cual ha otorgado la independencia energética a EEUU.

El revolucionario de salón prototípico habita en California, y especificando más podemos situarlo en Silicon Valley, capital planetaria de la economía digital. Estas personas son jóvenes, tienen unos ingresos altísimos obtenidos a base de vender unos y ceros, y su conexión con la realidad puede ser tan tenue como fuerte es su desprecio por los valores tradicionales o todo lo que se oponga a los conceptos de «libertad total» o «cambio social». Así pues, son defensores acérrimos de la homosexualidad, el transexualismo y todo tipo de parafilias de viejo y nuevo cuño, considerando retrógrada cualquier oposición a las mismas. Sorprendentemente, un neoyorkino de inclinaciones más bien liberales como Trump se convirtió en el anticristo para ellos tan pronto como evidenció que iba a ser un firme defensor de los valores tradicionales.

3) El americano «qué hay de lo mío». Este grupo se compone principalmente de minorías autovictimizadas, junto con otras que no son tan minorías ni tan víctimas, pero que aprovechan que el Hudson pasa por Nueva York para apuntarse. 155 años tras el fin de la esclavitud y más de medio siglo tras la igualdad legal, los afrodescendientes que no han logrado tener éxito o desegregarse de los guetos se aferran a una narrativa victimista en la cual la culpa de sus problemas es siempre del «racismo sistémico» y la autocrítica es simplemente inexistente. Son grupos que aportan muy poco aparte de bolsas de pobreza y margnalidad en el país más rico del mundo, pero que no obstante votan como cualquiera, vendiéndose al mejor postor (es decir al partido demócrata) a cambio de jugosos subsidios/ventajas sociales y de no mover un milímetro la citada narrativa, que tan buenos réditos da a unos y a otros (es gracias a la misma que una muerte por sobredosis de múltiples drogas o ser abatido por disparar a un agente con su táser se convierten mágicamente en casos de brutalidad policial).

Tal como mencionaba, a estos «oprimidos tradicionales» se han unido en las últimas décadas distintos grupos, cada uno con su narrativa: las feministas nos cuentan que la mujer lleva 20.000 años sometida al hombre, y prometen la felicidad eliminando los roles de género, enmendando así la plana a la estúpida naturaleza; los homosexuales nos cuentan que la atracción por el mismo sexo no es sólo completamente normal, sino que ha de verse con simpatía y ser equiparada al 100% a la heterosexualidad, al punto de que según ellos un hombre puede suplantar perfectamente a la madre biológica de un niño sin que esto tenga la menor consecuencia psicológica para la critatura. Los ultraizquierdistas, por su parte nos cuentan que el sistema en dl que han nacido todas las generaciones de su familia y les ha garantizado un bienestar sin precedentes en realidad no es válido, y debe sustituirse en la medida de lo posible por el sistema socioeconómico más fracasado de la historia, el socialismo. La mayoría de estos últimos tiene en la revuelta callejera un barato hobby por el que raramente ha de rendir cuentas. El fanatismo de su pseudeoideología, retroalimentado grupalmente, convierte a este colectivo en algo muy parecido a una secta.

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Como vemos, sólo uno de los grupos de la gran y diversa América supone un caladero de votos natural para Trump. El grupo nº 2 contempla con enorme condescendencia al tercero, si bien a veces se interesecciona con él (un habitante del gueto normalmente no trabajará en Google, pero un trabajador de Google sí puede militar en Antifa); no obstante, une fuerzas con ellos en aras del «cambio social», que no es más que una ciega destrucción de los pilares que con más o menos fortuna han sostenido lo que venimos en llamar Occidente; no se han parado a pensar en el tipo de civilización que puede existir sin pilares que la sustenten.

Trump puede haber tenido un rendimiento excelente en lo económico, haber derrotado al ISIS y haber sido el presidente más pacífico desde la II GM, pero eso nada importa a sus detractores-enemigos, cuya obsesión máxima es vivir en un mundo que se ajuste a sus estrechos prejuicios ideológicos; preferirían vivir en una casa donde la electricidad la generara una dinamo conectada a una bici estática (aunque tuvieran que pedalear cuatro horas al día) que obtener la energía de un «insostenible» generador; el problema es que, metafóricamente hablando, son otros los que tienen que pedalear por ellos para mantener sus fantasiosas concepciones.

A la humanidad jamás le faltarán retos (el principal, garantizar alimento y calidad de vida para todos en un planeta que puede acomodar con holgura a 100.000 millones de seres humanos), pero por algún motivo América se ha empeñado en inventar problemas como el inexistente apocalipsis climático o la necesidad de cumplir hasta el último capricho de grupos ultraminoritarios. Lamentablemente, buena parte de la población y casi todos los medios de comunicación/redes sociales (lobbys poderosísimo más ocupados de modelar y exhibir un mundo ficticio que de narrar la realidad objetiva) se sienten extremadamente cómodos abanderando estas causas infantiloides, y cuando «un adulto entra en la sala», como ha sido el caso de Trump (con todos los defectos que podamos achacarle), el malestar es masivo; las formas rudas y directas del mandatario, casi sin precedentes en el líder de una superpotencia (ver vídeo de arriba), han acabado de aglutinar en su contra a toda posible oposición, incluyendo a los políticos de carrera, consagrados a la tarea de complacer al mínimo común denominador.

Es así como hace 8 días 70 millones de personas salieron a votar a Joe Biden, como podrían haber votado a una escoba si la hubieran puesto de candidata, con la esperanza de librarse del «hombre malo» que aguaba la cálida fantasía que todos ellos comparten. Si se salen con la suya, vivirán en un mundo en el que todos seremos más pobres, más tontos y estaremos más lejos del verdadero progreso, pero en el que ellos se sentirán más felices a base de pura sugestión y de confirmación mutua; modernos lotófagos que nos recuerdan lo asombrosamente poco que cambian algunas cosas.
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John G. Avildsen, forjador de mitos

La semana pasada fallecía John Guilbert Avildsen, a la edad de 81 años. Era un hombre semianónimo, pero que se ganó un lugar importante en la historia del cine, pues junto con Sylvester Stallone prácticamente creó un género, el del «underdog»: El tipo desesperado que debe superar enormes desafíos con todo en contra. Hasta 1976 Avildsen no había tenido una carrera muy destacada, pero era un director «con oficio», y quizá por eso se le ofreció aquel proyecto chiquitito, de apenas un millón de dólares, sobre un boxeador sin suerte. Resultó ser un encaje perfecto, convirtiéndose en una de las tres patas que sustentarían el mito «Rocky», además del mencionado Stallone y el compositor Bill Conti.

Recomiendo la sección de «trivia» de imdb sobre la película, porque es apasionante: ese «Gonna fly now» rodado sin permisos y sin equipo humano por el propio Avildsen desde una furgoneta; el frutero que no tiene ni idea de que están haciendo una película y le lanza una naranja a Stallone; Talia Shire, que venía de los dos «Padrinos» y aceptó estar en la peli por salir de la sombra de su hermano F.F. Coppola; Stallone vendiendo a su perro, recomprándolo y metiéndolo en la película; el excepcional Burguess Meredith acabando como Mickey porque otros actores se habían negado a leer el papel; Carl Weathers (Apollo) haciendo la audición con Stallone y pidiendo que le trajeran a un actor de verdad para ensayar; las dificultades para crear una coreografía realista y Avildsen sugiriendo a Stallone que guionizara la pelea golpe a golpe (escribió 35 páginas); los productores hipotecando sus casas para poner los 100.000 $ de sobrecoste. Pequeñas y grandes dificultades convertidas en ventajas a base de talento, cratividad y pasión. Stallone prescindió de Avildsen para todos los demás films excepto el quinto, pero «Rocky» siempre será también su película.

Tras ese increíble 1976 («Rocky» ganó los Oscars a la mejor película y al mejor director, e ingresó 225 veces su presupuesto), Avildsen siguió trabajando sin hacer demasiado ruido, hasta que en el 1983 le ofrecieron hacer «The Karate Kid». ¡Ah, los 80!, cuando una buena idea bien filmada con cuatro duros podía convertirse en un hit internacional. Hoy día, una peli así se consideraría «indy», seguramente ni le darían luz verde. «¿El crío del karate? ¿Estás de coña?» Pero con 8 millones de dólares y un habilísimo guión de Robert Kamen, Avildsen volvió a crear mitología cinematográfica: El señor Miyagi, «dar cera, pulir cera», los Cobra Kay, la técnica grulla («si bien hecha, no defensa»), la lucha contra el acoso («búling», que dicen los cretinos) echándole dos cojones. De nuevo con el apoyo de Conti, el único hombre que podría tutear a John Williams si en inglés existiera el tuteo. Sí, ya sé que todo esto es cultura pop, no es «importante», pero la gente sigue recordándo un cuarto de siglo después. Luego llegaron dos secuelas bastante flojitas (¡japoneses hablando en inglés entre ellos!), pero el buen trabajo ya estaba hecho.

Avildsen siguió filmando, y sería injusto decir que no tuvo oportunidades, pues hizo ocho películas más (seguramente las más destacables «Lean on me» y «La fuerza de uno»), pero siento que en general se le infravaloró. Cuando rodó su último film, «Inferno», con Van Damme, los productores cambiaron tanto su trabajo que solicitó firmarla con pseudónimo; eso es directamente una falta de respeto. Avildsen no era Spielberg ni Cameron, quizá tampoco Donner ni Zemeckis, pero igual que ellos contribuyó decisivamente a ese maravilloso cine de los 70 y 80. Rocky y Karate Kid, señores; películas que han inspirado a millones de personas (esto es literalmente así). Creo que me sentaría a verlas cualquier tarde antes que ninguna de Nolan.

Es claro que este hombre amaba profundamente el cine, y nos dejó un regalo muy especial: vídeos hechos con cámara doméstica de muchos de sus rodajes y ensayos, los cuales luego se molestó en subir a su canal de Youtube, dejándonos una perspectiva única de los mismos. Además, gracias a una campaña de Kickstarter (¿estaba infravalorado o no?) se produjo el documental «John G. Avildsen: King of the Underdogs», que afortunadamente se completó antes de su fallecimiento. Los aficionados siempre le agradeceremos ese cine apasionado, ingenuo e inventivo que agitó tantas fibras a lo largo del mundo.
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Camina hacia la luz

quirofano

Pasar por un quirófano siempre acojona, por pequeña que sea la intervención, sobre todo si es la primera vez. Un par de días antes vas a cita de anestesia, donde firmas un consentimiento: básicamente firmas ser consciente de que puede haber complicaciones y de que incluso puedes quedarte en el sitio, aunque eso sólo ocurre «raramente». Bien. Busco estadísticas y veo que sólo hay un fallecimiento por cada 100.000 intervenciones con anestesia general. Imagino que, siendo joven y estando sano, mis posibilidades se reducen mucho más, pero aun así… Sobre todo, me parece antinatural eso de que te duerman y que cuando te despiertes, chas, todo haya terminado. Pura brujería, uno no acaba de creérselo, y de ahí la desconfiaza o el temor.

El día de la operación llegas a la clínica, firmas los últimos papeleos y pasas a la zona de quirófanos. Primer requisito: despelotarte y ponerte un gorrito, unos patucos y una bata de papel abierta por delante, sin botones ni cinturón. “¿No puedo dejarme la ropa interior?”, pregunto a las enfermeras. “No”. Vamos, que vas con la minga al aire, si quieres taparte has de cerrar tú mismo la bata con la mano.

En ese estado de indefensión llego hasta una primera camilla, donde me preguntan por enésima vez si es alérgico a algún medicamento, si bebe, si fuma, etc. Me colocan en la muñeca una aguja  conectada a un gotero, por donde entrarán todas las dronjas que harán más llevadera la experiencia. Durante esos momentos esperaba que llegara finalmente el ataque de ansiedad que llevaba días temiendo, pero no. Adopté la consigna «déjate hacer», y los nervios aguantaron sorprendentemente bien.

Surge un inconveniente: la sangre está yendo hacia el gotero, en vez de entrar el suero en mi torrente sanguíneo. Una enfermera dice “qué charro” (“chistoso”). Yo pienso: “sí, para partirse”. Llega otra más experimentada y lo arregla, no sin antes desconectar el tubito conectado a la aguja, del cual surge un chorrito de sangre. Cosas. En esta situación preoperatoria uno espera que lo traten con extrema delicadeza, que lo mimen y tranquilicen, y no es que el personal sea brusco, pero para ellos es una rutina; resulta inevitable y no puede reprocharse. En una papel prendido en la pared hay un lista con nombres, donde figuras tú, lo que te van a hacer y los clientes que vendrán después. Ya digo, rutina.

Llega el cirujano con su ayudante y te saluda. “¿Qué tal todo?” “Bien, bien”. Me pide sacarme unas fotos preoperatorias. Hace algo sorprendente: me escribe las iniciales de mi nombre en el vientre con un rotulador, como si fuera una res (“es para no confundir las fotos” luego), y efectivamente me saca unas fotografías. No puede evitar encontrar cómica la situación; mejor. Ambos doctores se retiran a una sala adjunta, esperando el momento de entrar en acción.

Me dicen que coja mi gotero y me llevan caminando por fin al quirófano. Sigue sin llegar el ataque de ansiedad. Me tumban en la mesa de operaciones, me atan una mano (o las dos, no recuerdo) con correas y empieza aparecer toda la parafernalia que uno asocia con las intervenciones, con electrodos, electrocardiogramas y demás. Entra una señorita enmascarada que me dice su nombre y me anuncia que será mi anestesista. Las enfermeras empiezan a inyectar sustancias al gotero. Unos 15 segundos después empiezo a percibir claramente los efectos de las mismas. “Ya lo noto, le digo a la anestesista”. “Claro, ya se está durmiendo”. Creo que no aguanto despierto ni otros 15 segundos más.

El despertar

No, no es como en las pelis, que te duermes y te despiertas después de un fundido en negro. Claramente hay una percepción de paso del tiempo, igual que cuando uno duerme. Fue una de las mayores enseñanzas de toda esta experiencia: la percepción clarísima de que el cerebro sigue trabajando en los estados de inconsciencia. Sí, sabía que había pasado tiempo, pero no podía asegurar cuánto (luego me dijeron que una hora y cuarto). Si soñé algo, no lo recuerdo. Tampoco vi el túnel de luz blanca, lo siento, aunque queda bien como título del artículo. Al recuperar la consciencia no estoy en el quirófano, sino en una sala contigua. Las enfermeras me acompañan. “¿Cómo fue todo?” “Muy bien”.

La anestesia tarda un poco en diluirse. Al principio, pequeños temblores, e incluso risas, que se pasan en menos de diez minutos. Enseguida estás totalmente consciente, pero no te permiten levantarte. Una de las primeras cosas que haces es comprobar discretamente que sigues teniendo la minga en su sitio (si a un hombre lo operan y dice que no lo ha hecho, miente). Lo que más molesta no son las incisiones de la operación, sino un claro malestar en la garganta que indica que he tenido un tubo en la tráquea durante un buen rato. Una pinza en el dedo me toma la pulsaciones, y sigo con el gotero acoplado a la vena, pero ya vacío y arrugado. Has de pasar como una hora en la camilla, estabilizándote. Como la última comida ha sido la noche antes, el hambre aprieta. Te traen una infusión que sienta muy bien.

Ya sólo queda salir de la clínica y firmar unas cositas, pero se intentan evitar accidentes a toda costa: las enfermeras traen mi ropa y, todavía tumbado en la camilla, me visten como a un bebé, incluyendo la ropa interior. “¿Será que me puedo vestir solo?”, les pregunto, usando ese modismo colombiano. “No se preocupe, es nuestro trabajo”. Pues muy bien. Por fin estoy vestido, incluyendo una ceñida faja posquirúrgica que deberá acompañarme durante muchas semanas, pero aún no puedo levantarme, sólo me permiten incorporarme en la camilla. Al rato traen una silla de ruedas y tras sentarme en ella me llevan a recepción, donde me espera la acompañante que tanta paciencia ha tenido. Una vez allí ya soy responsable de mi suerte y puedo ponerme en pie. Firmo los últimos papeles y salimos al exterior. No pasó nada de lo temido, y el ataque de ansiedad nunca llegó. La verdad es que, globalmente, es una experiencia instructiva. ¿Mi consejo si tienes que operarte? Infórmate, escoge un buen sitio y deja hacer a los profesionales médicos. Puede que para ellos todo el procedimiento sea rutina, pero seguramente por eso hacen un buen trabajo.
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El drama nacional

Vamos a repasar los principales actores del drama u ópera bufa que se representará hoy en la siempre sufrida patria:

Mariano Rajoy (Nom de scene: Mariano Rajao)

Difícil imaginar una legislatura más frustrante que la suya. Disfrutando de la que seguramente sea la última mayoría absoluta que veamos en mucho tiempo, se dedicó a hacer lo que mejor se le da a la derecha española: medio arreglar la economía sin dedicar el más mínimo esfuerzo a una labor didáctica que nutriera los cerebros nacionales, al borde de la inanición ideológica. El PP, en lugar de promocionar los evidentes logros de sus gobiernos y aprovechar su superioridad doctrinal y moral, ha permitido una hegemonía cultural absoluta de la izquierda, incluso regalándoles potentes grupos mediáticos, con los resultados que hoy vemos. El mandato de Rajoy ha destacado especialmente por la la promoción de incompetentes y pelotas, por la ausencia de reformas estructurales y por acabar de desarmar ideológicamente al partido. Las encuestas le otorgan 130 escaños en el mejor de los casos, un resultado que sólo le deja dos posibilidades: asistir impotente desde la oposición a un gobierno absolutamente nocivo para España o bregar como presidente en minoría durante una legislatura corta. Si ocurre lo segundo, aún tendrá ocasión de hacer un último servicio al país.

Pedro Sánchez (Nom de scene: Peras Anchas)

Seguramente la entidad intelectual de los gobiernos felipistas estaba exagerada: por más que fuera gente leída, no dejaban de ser hijos ideológicos del marxismo (incluso tuvieron que rechazarlo formalmente en un congreso extraordinario). Pese a ello, eran personas normales que hasta tocar poder habían tenido que trabajar y que se habían chupado una dictadura (aunque fuera tan benigna como el franquismo crepuscular). Zapatero, sin embargo, era algo muy distinto, la siguiente generación: afiliado a «la PSOE» desde los 19 años y diputado desde los 26, no tuvo otra «vida laboral» que ser ayudante de derecho durante 3 años en la misma universidad donde se licenció. Absolutamente falto de capacidad intelectual y de lecturas nutritivas, este aparatchik simbolizó el triunfo absoluto de la mediocridad, llegada al poder en vagón de Renfe. A Pedro Sánchez el felipismo le queda todavía más lejos, siendo un hijo ideológico clarísimo del zapaterismo, con un corpus ideológico basado en las mismas sandeces insustanciales y buenistas (feminismo radical, exaltación de las minorías, igualación del sistema educativo por abajo…). Si un buen líder socialista lo tendría difícil con el fin del bipartidismo, no digamos ya esta medianía de metro noventa y pico. De poder volver en el tiempo, sin duda se resignaría a ser jefe de la oposición cuatro años, pero eso no es posible. Pase lo que pase hoy, quedará en una posición incomodísima: lo «mejor» que podría ocurrirle es ser segunda fuerza y presidir un gobierno con ministerios clave cedidos a los comunistas. No obstante, lo mejor para España sería que quedara tercero, se abstuviera en la investidura y se fuera a su puta casa.

Pablo Iglesias (Nom de scene: Pablemos)

No digo nada nuevo si afirmo que Iglesias es producto del absoluto fracaso de España como sociedad y como ente político y cultural. No digo «del sistema educativo» porque, aunque esto también es cierto, resulta demasiado fácil cargar a ese sistema de formación académica la responsabilidad que debe corresponder muy principalmente a padres, comunicadores y políticos. 40 años de fomentar el infantilismo, el apolitismo y la desafección a la patria han dado como resultado a este monstruíto que en cualquier país serio (aunque ya empiezo a dudar que existan) no pasaría de vulgar agitador televisivo. Comunista clásico y amigo de todos los enemigos tradicionales de España (terroristas y separatistas, principalmente), sólo un absoluto imbécil o un absoluto ciego podría creerse su «giro a la socialdemocracia». Desgraciadamente, hemos demostrado que nos sobran ambas cosas, y también que, una vez un españolito decide su voto, se aferra durante años al mismo, por más desmanes que cometan «los suyos». Pese a la absoluta indigencia intelectual de Iglesias, hay que reconocerle dos aciertos tácticos: haber forzado estas segundas elecciones y comerse con patatitas lo que quedaba del comunismo, propiciando esta situación donde podría incluso hacerse con la presidencia.

Albert Rivera (Nom de scene: Naranjito)

El puñado de españoles sensatos que quedan saben que el país tiene una dramática necesidad de regenerarse, y ese movimiento, el regeneracionismo, es lo que primero representó UPyD y ahora Ciudadanos. Lo que no entienden los antiregeneracionistas (que son muchos y bastante zotes) es que, pese a los muchos defectos de los partidos que la representan, esta tendencia sigue siendo absolutamente necesaria si queremos tener alguna esperanza de modernizarnos definitivamente y de aprovechar las ilimitadas potencialidades de nuestro país. Cs sin duda se ha deshinchado respecto a su promesa inicial, en mi opinión por un exceso de apariciones mediáticas (mejor pocas, sólidas y coherentes) y, sobre todo, por las vacilaciones de su líder Albert Rivera, abrumado por esa necesidad imposible del político de contentar a todos. Su mayor error, de largo, ha sido el pacto en Andalucía, que ha permitido la continuidad de un régimen corruptísimo a cambio de tristes consuelos como bajadas puntuales de impuestos y la pérdida del aforamiento de dos ex-presidentes. Con todo, Albert aún es honesto en sus intenciones, tiene con diferencia el programa más racional e innovador (incluso en su versión capada) y podría ser un muy buen presidente. Está por ver si nuestra ultrainfantilizada población le da ese oportunidad o lo deja en una curiosidad histórica.

Alberto Garzón (Nom de scene: No tiene, es demasiado irrelevante)

¡¡Pa lo que ha quedao el comunismo!! Alberto es hijo de un profesor universitario y una farmacéutica, no ha pasado privaciones ni hambre durante un solo día de su vida y, por tanto, la única opción lógica era afiliarse a Izquierda Unida (alias PCE) con 18 años. Antes de cumplir los 26 ya era diputado, dando un auténtico ejemplo de existencia proletaria y sacrificada. Desde entonces se ha movido en la absoluta irrelevancia que tan bien se ganó su partido a lo largo de los años, hasta que Pablemos le ofreció la oportunidad de oro de ser su mascotita. Ideológicamente podemos definirlo como «la nada con sifón», con un cuerpo doctrinario que, curiosamente, es prácticamente indistinguible del de Peras Anchas y el de Pablemos (anticapitalismo de garrafón). Su última aportación a la historia de España seguramente sea seguir llevándoselo crudo en algún ministerio de tercera (medioambiente, por ejemplo).

Santiago Abascal (Nom de scene: No tiene, es un señor muy serio)

Es casi imposible que Vox obtenga algún escaño, pero lo incluyo en esta relación como caso paradigmático: si aceptamos que sus postulados son radicales, en ningún caso lo serían más que los propuestos por sus adversarios de la otra orilla ideológica. Sin embargo, unos van a sacar aproximadamente 90 escaños y los otros se van a quedar fuera del parlamento. Sirva esto para hacer reflexionar sobre el inexplicable prestigio de las ideas izquierdistas y sobre la delirante pervivencia mediática y académica del comunismo, la ideología más fracasada y criminal de todas las concebidas por el hombre. Lo de Vox es una pena, porque su programa es perfectamente aprovechable, no tiene ningún punto especialmente extremista (ni siquiera están cerrados en banda respecto al aborto, como se difundió falsamente) y Abascal es un hombre elocuente y brillante. Será el voto testimonial-refugio de mucho derechista clásico que no reconoce el ente en que se ha convertido el actual PP. Puede parecer poco, pero un testimonio siempre es mejor que quedarse en el sofá.
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Viviendo en Colombia, III

Parte 3: Transporte, religión y habla
Transporte

Si nos ceñimos a Medellín, el transporte es más que aceptable, si bien hay que matizar: es la única ciudad de Colombia con metro, y además muy moderno y bonito, pero su alcance hoy por hoy es bastante limitado (35 estaciones contra las, por ejemplo, 267 de Madrid) y en las horas punta el nivel de ocupación es tal que se vuelve casi inutilizable; los convoyes llegan tan cargados que a menudo es físicamente imposible meter una persona más, y no es raro tener que esperar al tercero o cuarto para intentar la proeza de encontrar un hueco. Funciona hasta las once de la noche (diez en fin de semana) y el precio es muy asequible, 1900 pesos por viaje (unos 80 cts.). Sin embargo, no hay máquinas para comprar billetes ni recargar la tarjeta magnética, por lo que si te has quedado sin recarga puede tocarte hacer una larga cola. Por supuesto, el rasgo más distintivo del metro de Medellín son las líneas de Metrocable, teleféricos que dan acceso a las cuadras altas, siendo vitales para su desarrollo.

Otro medio de transporte masivo es el taxi (apodado «la mancha amarilla»), que puede suponer fácilmente un tercio del tráfico de la ciudad; realmente es muy raro esperar más de un par de minutos para que aparezca uno libre. Casi todos son vehículos pequeños, normalmente de la marca Honda o Chevrolet, y la calidad del servicio es, lisa y llanamente, cuestión de suerte: igual te puede tocar un buen profesional con su GPS que uno que desconoce varias zonas de la ciudad y tienen que pararse a preguntar el camino a los peatones. Igualmente, algunos conducen bien y otros parece que estén en una persecución o en los coches de choque. Uno joven me llegó a decir que esa noche estaba conduciendo el taxi de su suegro, lo que da idea del control del sector. Las tarifas son MUY baratas: por 7000 pesos (unos 3 euros) puedes llegar a casi cualquier parte de la ciudad, y un trayecto realmente largo nunca superará los 12.000 pesos (4,8 euros). En los pueblos de Antioquia los taxis son escasos, siendo mucho más habitual el motocarro; también existe el «motorratón», que no es ni más ni menos que una moto ejerciendo de taxi.

También están los autobuses, toda una historia. El bus estándar colombiano es mucho más pequeño que el europeo, recibe el nombre de «buseta» y normalmente sólo admite unas 15 personas sentadas y unas 10 más de pie. Si eres claustrofóbico NO DEBES cogerlos, a menos que sea una hora de muy poco tráfico. Lo más llamativo es su exterior, con una decoración de fantasía impensable en nuestro entorno cultural. Además de estar pintados de llamativos colores, las ventanas están ornamentadas por grandes adhesivos de vinilo con temática totalmente libre: puede ser una chica de anime, el logo de un equipo de la NBA o la cara de Pablo Escobar, aunque muy a menudo se trata temas religiosos, normalmente la virgen y sobre todo Jesucristo (es muy popular la representación de la película de Zeffirelli). Otro adorno popular son las larguísimas tiras de luces LED, que convierten a las busetas en todo un show nocturno. El trayecto es ligeramente más barato que el del metro, unos 1700 pesos.

Siguiendo con los buses, está la red Metroplús, compuesta por grandes autobuses articulados, que cuenta con su propio carril y apeaderos techados donde se pica el billete antes de subir. No obstante, debido a la existencia del metro, los buses grandes tienen mucha menos importancia que en Bogotá, donde operan bajo el nombre de Transmilenio. En la capital del país el movimiento de trabajadores depende totalmente de esta red, que se ha hecho tristemente famosa por la extrema sobreocupación de los vehículos y por numerosos episodios de tocamientos a mujeres. También están los buses que viajan entre ciudades, algo más grandes que las busetas pero menores que el típico autocar europeo, y el tipo más divertido: las chivas, que son ni más ni menos que vehículos festivos para beber y bailar. Es posible verlas en Medellín los fines de semana por la noche, aunque son bastante más habituales de las localidades turísticas.

El movimiento entre ciudades es complejo, sobre todo por la desconcertante inexistencia del ferrocarril en Colombia, al parecer por los intereses comerciales del transporte rodado durante el pasado siglo. Así pues, las únicas opciones son el autobús o el avión. El bus no es recomendable para los trayectos largos: en algunas partes del país las infraestructuras son pésimas, y el viaje desde la frontera Sur hasta Medellín (unos 960 kms.) puede demorarse… ¡21 horas! Así pues, la alternativa más razonable para distancias de más de 120 kms. es el avión, normalmente bimotores medianos, con un coste de entre 40 y 150 €, según el trayecto.

Religión

Quizá la diferencia más llamativa de Colombia con España, y con Europa en general, es la forma en la que se vive el hecho religioso. Puede que España tenga fama de espiritual y ultracatólica, pero en la práctica es un país muy cercano al ateísmo. Los de mi generación (nacidos en los 70 u 80), ¿cuánta gente de vuestra edad conocéis que vaya a misa al menos una vez a la semana? ¿Dos, tres personas a lo sumo? Si nos vamos a los menores de 20, la cifra se reduce probablemente a cero. ¿Cuánta gente os menciona alguna vez a Dios, fuera de la ocasional discusión filosófica de bar? Las manifestaciones de fe suelen reducirse a portar un crucifijo, visitas a la iglesia en los cuatro actos sociales típicos –bautizo, comunión, boda, funerale- y la esperanza de la trascendencia de la carne.

En Colombia la religión, y más concretamente la fe católica, forma parte de la vida cotidiana de las personas. El signo más visible de esto es la enorme cantidad de imágenes religiosas que se pueden encontrar en cualquier parte, especialmente en las barriadas populares. En un sitio como San Javier es literalmente imposible caminar 100 metros sin encontrarte una imagen de la virgen María, ya sea en una propiedad privada o colocada por el municipio. A veces, estas figuras tienen una placa a los pies que reza “Virgen fiel, consérvanos en la fe católica”. Es muy frecuente santiguarse al pasar delante de ellas, y también frente a la iglesia. La otra imagen típica son los retratos de Jesucristo, que pueden encontrarse en una abrumadora mayoría de hogares, normalmente en distintas variedades del «sagrado corazón».

Las misas tienen gran concurrencia a diario, con predominancia de personas mayores, pero sin que falten jóvenes e incluso adolescentes. Algunas personas la observan de rodillas desde el suelo. Además del catolicismo, hay varias sectas del cristianismo con numerosos seguidores, entre ellas los adventistas del séptimo día y los testigos de Jehová, que realizan un agresivo proselitismo, hasta el punto de que algunas familias colocan carteles en sus casas indicándoles que no les molesten (y por cierto, no es el único lugar del mundo donde este grupo intenta expandirse). Dios está presente en los saludos y las despedidas, en las conversaciones, en los lemas de diversas instituciones. Es parte totalmente indisoluble del país, aunque sea un estado laico, y el colombiano medio está absolutamente convencido de que Cristo rescatará su alma inmortal.

Por supuesto la Navidad se vive con enorme entusiasmo, y la población se entrega totalmente a sus tradiciones, empezando por las velas de colores a las puertas de las casas la noche de la Inmaculada, pasando por rezar las novenas en reuniones familiares y terminando por los alumbrados caseros, toda una competición por ver quién coloca los adornos más grandes y llamativos. Tema aparte son los cementerios, que trataré en la próxima entrega.

El habla

A menudo se dice que en Sudamérica se habla el español mejor que en España, noción que no sé muy bien dónde se origina. En Colombia la mayor parte de la población es media-baja, y eso se refleja en el lenguaje, que más que «bueno» o «malo» es popular, con lo que ello conlleva (aunque sí es cierto es que en esta zona del mundo sobreviven palabras extintas en España). La mayor ventaja que tiene aquí el idioma es la inexistencia del tuteo para los imperativos plurales, lo que evitar las trampas en las que cae el 80% de la población española, esos insufribles «sentaros», «callaros», etc. (aquí son siempre «siéntense», «cállense»…). El tuteo existe, pero sólo en forma singular, y la oportunidad de su uso es realmente ambígua, aunque puede decirse que hace falta bastante confianza para usarlo, y que incluso novios y esposos, así como padres e hijos, se hablan de usted. Sin embargo, se usan invariablemente los términos coloquiales «papá» y «mamá», siempre precedidos del pronombre posesivo, de modo que si un hermano le pregunta a otro cómo está el padre de ambos, usará la frase «¿cómo está mi papá?» Además de esto, en algunas zonas es frecuente el uso del «vos», pese a la distancia con Argentina y Uruguay.

El nivel de dicción es variable, y si bien generalmente es correcto, alguna gente habla muy cerrado y cuesta realmente entenderla (eso sí, como ya dije el acento paisa es muy bonito). El diminutivo masculino es «ito», y el femenino «eta», de modo que se dice «buseta», «cocineta», «tocineta»… Una excepción son los nombres acabados en «n», cuyo diminutivo es «ncho» (Juliancho, Rubencho, Ivancho…). Hablando de nombres, los de la gente están contaminadísmos por la influencia anglosajona, y además se transmiten de forma fonética, de modo que pueden escribirse de cualquier modo siempre que conserven el sonido. De ese modo, tenemos Yennifer-Jeniffer-Yénifer, Valery-Váleri, Wilfred-Vílfred, etc. Un nombre femenino particularmente desconcertante es Leidy, muy extendido por todo el país.

La coletilla más usada es «de pronto», que se puede meter en cualquier frase y equivale aproximadamente a nuestro «a lo mejor». Otra costumbre muy curiosa es el cambio de género de muchos sustantivos respecto a España, de modo que la banqueta se convierte en banqueto, la ficha en ficho y la bombilla en bombillo. Además, los verbos cuyo infinitvo acaba en «ear» se cambian invariablemente por «iar» (por ejemplo, «corretiar»), aunque creo que esta costumbre se considera vulgarismo. Aquí hay una lista (incompleta, por supuesto) de colombianismos que he recopilado:
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Banano – Plátano Sánduche – Sandwich Pantaloneta – Pantalón de deporte Chuzo – Pincho / Chuzada – Pinchazo Cilindro – Bombona
Rumba – Juerga / Rumbiar – Ir de juerga Tiquete – Billete o tíquet Gaseosa – Refresco sin alcohol (aunque no tenga gas) Con gusto – De nada Guayabo – Resaca
Solomito – Solomillo Afán – Prisa (Tener afán) Bien pueda – Adelante (imperativo) Hágale / Hágale pues – Venga Listo – Vale
Rico – Agradable, bonito Bacano – Guay, genial (También “ser un bacán”, para las personas) Trapeadora – Fregona / Trapiar – Fregar Bravo – Enfadado, cabreado Pelao, Chino – Niño
Cucho – Viejo, Anciano Tinto – Café solo Pitillo – Pajita (Se usa para remover el café) Saco – Chaqueta Trotar – Correr, hacer footing
Chévere – Genial Plata, Billete – Dinero («Ganar mucho billete») Malandros – Malhechores Parcero, Parce (pronunciando la «c» como «s» – Colega Dar papaya – Exponerse, caminar por sitios peligrosos

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Starship Troopers, la película

Starship Troopers – EEUU, 1997 – Dir: Paul Verhoeven

El escogido para dirigir la adaptación de la popular novela de Heinlein fue el holandés Paul Verhoeven, en principio una elección perfecta tras firmar dos grandes triunfos de la ciencia ficción cinematográfica como Robocop y Total Recall. Este nuevo proyecto era, no obstante, un tanto delicado para el director, que tras hacer ganar mucho dinero a Carolco con el megahit Instinto Básico les produjo fuertes pérdidas con la malhadada Showgirls. Los directores son como los entrenadores de fútbol -sólo valen tanto como su última película-, y por ello Starship Troopers debía funcionar. Para este trabajo Verhoeven recuperó al guionista de Robocop, Eduard Neumeier, quien a pesar del éxito de la cinta no había vuelto a escribir más guiones. Neumaier fue el principal responsable del tono de esta adaptación, con unos resultados desiguales, como veremos.

El esqueleto básico de la historia es el mismo que en la novela: el acomodado joven Johnnie Rico decide alistarse en la infantería espacial para probarse a sí mismo, y el espectador lo acompañará durante sus campañas militares contra una especie insectoide. La novela original tiene una narrativa algo lineal, poco dada a convertirse en un «blockbuster» hollywoodiense, así que, de forma poco sorprendente (y exactamente igual que se hizo en la adaptación al anime), la cosa se aderezó dando un papel preponderante al interés sentimental de Johnny, Carmen Ibáñez. Incluso se introduce un personaje totalmente nuevo -Dizzy Flores, compañera de estudios de ambos- para crear un triángulo amoroso.

Hay que analizar Starship Troopers a dos niveles: como película de acción/ciencia ficción y como adaptación literaria. En el primer nivel creo que es una obra notable, muy lograda técnicamente y con un tono irónico salpicado de ultraviolencia que funciona bastante bien. El reparto también hace un buen trabajo: Casper Van Dien y Denise Richards son muy bien parecidos y cumplen perfectamente, como lo hace Dina Meyer en el papel de Dizzy, cuyos esfuerzos por conquistar a su Johnny aportan un toque sentimental bienvenido entre tanta batalla y espachurramiento (por ponerle una pega a Meyer, quizá se debería haber escogido una actriz más voluptuosa, considerando que tiene un par de escenas de desnudo).

En cuanto al resto de actores, Michael Ironside -cuyo personaje fusiona al profesor Dubois y al teniente Rasczac del libro- es por supuesto muy bienvenido en un papel que le va como anillo al dedo, y su arco resulta bastante satisfactorio. Tampoco hacen daño Clancy Brown, que diera vida a el Kurdan en Highlander ni Neil Patrick Harris, pese a lo breve de sus papeles. Incluso tenemos una fugaz aparición de la «chica de oro» Rue McClanahan, y un papel que gana valor retrospectivamente: el de Dean Norris, celebérrimo años depués por su papel de Hank en Breaking Bad. Sólo chirría Patrick Muldoon (el noviete de Carmen), representando unos 15 años más de los que supuestamente tenía su personaje, aunque tampoco es una cosa muy grave (no es una Maggie Gyllenhaal en Dark Knight). Además, no es un caso único en la ficción ni en esta película (en realidad todos los protagonistas rozaban la treintena).

Visualmente, Starship Troopers ya destacó en su momento y sigue aguantando perfectamente. El mundo futuro que se nos presenta resulta muy convincente, tanto a nivel de diseño como de ejecución. Los telediarios intearctivos que ejercen de hilo conductor de la historia son un recurso bastante eficaz. Por supuesto uno de los puntos principales en este apartado es la representación de los insectos alienígenas, que raya a gran nivel: pese a desviarse del concepto del libro (en el cual iban armadas con armas láser), todas las razas mostradas tienen un diseño interesante, están bien animadas y resultan lo suficientemente amenazantes. Hay algún elemento especialmente creativo, como el los grandes insectos que lanzan proyectiles flamígeros desde sus traseros.

El ritmo está muy logrado en general, y la película nunca deja de agradar dentro de sus parámetros de space opera/acción bélica/romance juvenil. Pueden destacarse varias escenas logradas, como la de Carmen pilotando una gran nave entre una tormenta de asteroides, todas las batallas de la infantería en general y la agónica defensa del fuerte en particular. Como podría esperarse de Verhoeven, la violencia es muy gore (desmembramientos, cerebros reventados y cosas así), pero no resulta desagradable, a menos que uno sea muy sensible. La música de Basil Poledouris, en un estilo grandilocuente muy similar al de Robocop, acompaña de forma muy adecuada al conjunto. En el lado negativo, hay que señalar uno de los peores puntos de la película: el flojo diseño de los trajes de los troopers. Mientras que en la novela estos eran elemento básico de la historia, que inauguraba el concepto del exoesqueleto de batalla en la ciencia ficción, en el film los infantes están apenas protegidos por un peto y un casco. Obviamente un traje blindado plantea dificultades narrativas por esconder la fisonomía de los personajes, pero lo mismo pasa con las películas de aviones y similares, y se encuentran formas creativas de solucionarlo. Por lo menos sí se usan los misiles atómicos portátiles, que ciertamente hacen un bonito efecto especial.

Enlazando con esto, hay que decir que Starship Troopers naufraga como adaptación literia: el libro se base en buena parte en la exposición de un sistema moral basado en la obtención de la ciudadanía a través del servicio público, y esto apenas se toca en la película. Cierto que el profesor -luego teniente- Rasczac explica el concepto al principio de la historia, pero después prácticamente no se menciona. Habría sido posible introducirlo a través de conversaciones entre los personajes, y sobre todo a través de la crucial figura del padre de Rico, pero se opta por un énfasis casi total en la acción. Sin embargo, el gran patinazo llega  cuando reaparece el personaje de Carl, convertido en oficial y acompañado de varios iguales en rango, todos ataviados con uniformes casi idénticos a los de las SS nazis. ¿Por qué, qué quieren decir Verhoeven y Neumeier con esto? ¿Que los troopers son un cuerpo agresor y expansionista, pese a que se establece claramente que los insectos comenzaron la guerra arrasando una ciudad entera? ¿Que su misión es justa pero ellos son unos fascistas? ¿Que los combatientes de toda guerra acaban volviéndose inherentemente malvados y crueles? Desde percibe un intento de satirizar algo, pero no se sabe exactamente qué; parece que esos uniformes nazis estuvieran ahí simplemente por ser transgresores. No puede obviarse la falta de respeto que esta elección estética supone hacia Heinlein. Si guionista y director pensaban que el trabajo original era totalitario, ¿por qué adaptarlo en primer lugar?


Un regalito: Las escenas borradas

Pese a tener muchos elementos del agrado del gran público, Starship Troopers no fue el éxito que necesitaba Verhoeven. Aunque recaudó 121 millones de dólares a nivel mundial -algo por encima de su presupuesto de 105-, su mal rendimiento en EEUU (con tan sólo 54 millones) fue un nuevo golpe a la reputación del holandés, quien tras dirigir la muy pobre Hollow Man no volvería a trabajar en EEUU. En cuanto a los protagonistas, Casper Van Dien y Denise Richards se moverían principalmente por la «Serie B», mientras que Dina Meyer ha tenido una dilatada carrera en televisión. La película queda como una aventura espacial gamberra y divertida, a la que le habría valido más llamarse «Destripaterrones cósmicos» o algo parecido, dejando tranquila la obra de Heinlein. Posteriormente produjeron dos secuelas de bajo presupuesto, también guionizadas por Neumaier, quien curiosamente sólo ha escrito para esta franquicia y para la de Robocop. Sinceramente no tengo ninguna gana de verlas, por lo que en la siguiente entrega de esta serie examinaré la adaptacion animada estadounidense.
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Starship Troopers – El anime

Uchū no Senshi/Starship Troopers – Japón, 1988. Director: Tetsuro Amino

Hay una larga tradición de libros occidentales adaptados a la animación japonesa, destacando, por supuesto, las series realizadas por la productora Nippon bajo el denominador «World Masterpiece Theater», entre ellas Marco, Heidi, Ana la de Tejas Verdes y tantas otras (las series se siguen produciendo hoy día). No obstante, estas son obras destinadas a un público juvenil, y la adaptación de géneros como la ciencia ficción es algo mucho más raro. Los animadores japoneses parecen preferir quedarse con los conceptos tomados de la CF occidental para crear sus propias obras, en lugar de hacer adaptaciones directas, y por ello, casos como el de Lensman (novela adaptada como película en 1984) o el que nos ocupa, Starship Troopers, son una rareza.

El libro de Heinlein fue llevado al anime en 1988, en forma de OVA (Original Video Animation) de 6 capítulos realizada por la productora Sunrise, veteranísima de los súper-robots, produciendo una ingente cantidad de series de este género en los 70 (antes de centrar sus esfuerzos robóticos en la saga Gundam). Parecía, por lo tanto, una casa ideal para la tarea, pero sin embargo esta breve serie es bastante desconcertante, y se queda lejísimos de lo que debería ser una buena adaptación. Lo que más caracteriza a este anime de Starship Troopers es que parece dirigirse a un público mucho más joven que el libro: si bien la obra original se suele calificar como «novela juvenil», el texto incluía conceptos políticos y filosóficos dignos de cualquier obra adulta, pero estos temas desaparecen por completo de esta versión animada. Lo que nos queda es la historia reducida a sus hechos más básicos -y ni siquiera de forma muy fiel- con un tono de aventura para chavales, el género «shonen» de toda la vida.

El primer mal signo es el alegre tema de apertura (durante el cual se muestra el título en japonés y en inglés), que no desentonaría en ninguna serie deportiva o de acción contemporánea de esta OVA. Y es muy curioso que lo primero que aparezca tras el mismo sea una dedicatoria a Robert A. Heinlein, cuando la adaptación que se hace de su novela ignora casi por completo el contenido de la misma. La acción arranca con un partido de fútbol americano, sugiriendo claramente que el protagonista, Johnny Rico, es estadounidense, cuando en el ni se menciona su nacionalidad (sólo su ascendencia filipina) ni practica ese deporte en ningún momento. También se le da una importancia inusitada al personaje de su amiga Carmencita, que aparecerá en todos los capítulos como interés amoroso constante, cuando en la novela apenas se la mencionaba en una decena de páginas.


Mejor le dais un vistazo y juzgáis vosotros mismos.

En cuanto al aspecto técnico, la calidad gráfica y de la animación es bastante pobre; cosa rara, porque la Sunrise siempre ha sido particularmente sólida en estas cuestiones, pero aquí vemos sin duda la parte más baja de su espectro, probablemente por un importante limitación de presupuesto. Las líneas son poco firmes, el diseño de arte poco inspirado y el de personajes insípido. Con su cabello rubio, Johnny Rico parece un personaje de «Beverly Hills 90210». Los insectos alienígenas del original no parecen por ningún lado, y se les sustituye con una especie de artrópodos de dos patas que lanzan rayos de energía por la boca, y de cuya organización táctica o social, o sus posibles motivaciones para atacar a los humanos, no se nos explica absolutamente nada.

La parte de la novela que sí se adapta con acierto es lo concerniente a los trajes mecánicos, representados con fidelidad y bastante convincentemente. Sin embargo, las tácticas de batalla usadas por la Infantería Móvil nada tienen que ver con las  del texto original, donde los soldados normalmente actuaban a varios kilómetros de distancia entre sí, gracias a la enorme capacidad de desplazamiento de sus trajes. En este anime combaten como pelotones de guerra convencionales, y además sólo hay una batalla como tal, que se produce en el último capítulo. Aparte de esto, sólo vemos los trajes en acción durante el adiestramiento, en el cual aparece uno de los personajes de la novela, el teniente Zim, convertido en un hombre de raza negra. Resulta agradable ver al curtido instructor en esta adaptación, pero no así a la pandilla de amiguetes creada en torno a Johnny, totalmente inventada, que intensifica la sensación de aventurita adolescente de poco calado. Otro punto desconcertante es que durante el entrenamiento las bajadas desde el espacio a tierra se hagan en un transporte colectivo, y durante el combate real se usen cápsulas individuales como en el libro, en el cual la difícil adaptación a este claustrofóbico método era una de las partes cruciales de la formación. ¿Por qué no mostrar esta interesante parte en el anime?

No se pueden achacar los defectos mencionados a la falta de minutaje: en dos horas y media da tiempo a contar muchas cosas, por lo que resulta chocante que se incluyan escenas anecdóticas de la novela -como la pelea con los navegantes-, y se excluyan otras cruciales como el reencuentro con el padre, además de toda la doctrina política y moral del texto. No se menciona ni de pasada que la pertenencia al ejército dé el derecho de ciudadanía, ni se explica el sólido concepto del deber que impregna toda la novela. Tan sólo se transita del punto A al punto Z de la historia por caminos trilladísimos y con una animación de segunda categoría, siendo generosos. El resultado desconcierta aun más sabiendo que está al mando nada menos que Tetsuro Amino, director de enorme solvencia que ha firmado obras excelentes en varios géneros; o bien estaba en horas bajas o no se pudo sobreponer a la mediocridad del guión. Lo cierto es que Starship Troopers es una adaptación decepcionante que infrautiliza escandalosamente el material original, quedándose sólo en una interesante curiosidad.
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