Viviendo en Colombia, IV

Dicen que en la vida hay que ir siempre hacia arriba, y eso es precisamente lo que yo hice. Atrás quedó Prado Centro, donde pasé más de dos meses, para trasladarme al barrio de Villa Hermosa, a sólo unas calles de distancia, pero mucho, mucho más arriba. Entre ambas casas, un viaje a la costa Caribe que relataré en el quinto y último capítulo de esta serie. Desde las alturas Villa Hermosa se ve casi toda Medellín, e incluso una puesta de sol más que aceptable en esta ciudad cercada por montañas. Aunque está a apenas 15 minutos caminando de la Avda. de la Playa -una de más concurridas y bonitas vías de la ciudad-, el da una impresión de mundo aislado y autocontenido, apto para pasar una temporada casi contemplativa, realizando balance de este viaje que muy pronto tocará a su fin. Hay varios aspectos tremendamente interesantes del país que aún no he comentado, y que paso a compartir con vosotros.

El fútbol

La afición por el deporte rey en Colombia es desmedida, mucho mayor que en la España actual, y seguramente de cualquier época; puede considerarse con toda justicia la segunda religión del país. En Medellín los equipos relevantes son Nacional, Nacional y Nacional (Atlético Nacional de Medellín), y su zamarra verdiblanca es probablemente la prenda más usada de la ciudad, ya sea original o pirata, de esta temporada o anteriores. Los seguidores del segundo equipo en importancia, Independiente de Medellín (alias «El poderoso») son tremendamente fanáticos, pero la diferencia de número entre ambas aficiobes es abrumadora, fácilmente de 8 a 1. Nacional es, además, el «Real Madrid» colombiano, el único club con seguimiento en todo el país (generalmente hay mucha fidelidad al equipo local) y el más laureado de las últimas décadas. Su nivel internacional, no obstante, es bajo, y no suele llegar lejos en la Libertadores, aunque el año pasado alcanzó final de la Copa Sudamericana -una especie de Europa League-, que perdió a doble partido con River Plate.

Nacional e Independiente comparten estadio, el Atanasio Girardot, que forma parte de un céntrico complejo polideportivo. Tiene una capacidad de 46.000 espectadores, aunque da la impresión de ser mucho más pequeño que el Bernabéu. A nivel de animación tiene dos «barras»: una de unos 5.000 componentes, que ocupa todo un fondo y viste de blanco, y otra mucho más pequeña e informal en el fondo opuesto, de unos 100 componentes. Antes de cada partido todos los espectadores cantan el himno del club brazo en alto, y hay cánticos predeterminados cuando se marca un gol y cuando se señala penalti, coreados por todo el estadio.

Hablo literalmente cuando digo que el fútbol aquí es una religión, como sólo puede serlo entre seguidores con un nivel socioeconómico bajo o muy bajo, con unos horizontes que a menudo no van más allá del marcado por el Girardot. Tanto es así que muchos de estos hinchas hacen grabar el escudo del equipo en la lápida de su tumba, por increíble que parezca (luego más sobre esto). A veces hay graves problemas de violencia, aunque actualmente parecen bastante controlados. No obstante, en mis primeras semanas aquí un «pelao» de Nacional murió apuñalado por una pandilla de simpatizantes de Independiente,y para evitar problemas no está permitido ingresar al estadio con la camiseta de ninguno de los equipos que juegan (aunque algunos se las apañan para meterla).

Cuando he dicho que aquí sólo existe Nacional, por supuesto estaba obviando una de las grandes obsesiones del país: la Selección Colombia. Cualquier simple amistoso se sigue con el interés que en Europa suscita un superclásico, y no digamos ya los partidos oficiales. Imaginad mi divertida sorpresa cuando, en un amistoso disputado a las cuatro de las tarde contra USA, un postrero gol colombiano se celebró como si se hubiera sido anotado en la fase final de un Mundial. Existen algunos colombianos a los cuales la selección le es indiferente, pero, como ocurre con la religión de las iglesias, es un porcentaje muy reducido, y la camiseta amarilla es la segunda piel del país, para hombres y mujeres. En cuanto a las camisetas de clubes de otros países, es posible ver bastantes de Barcelona y Real Madrid, con alguna predominancia de la primera (aunque esto se está equilibrando tras el fichaje de James por los blancos), pero raramente son prendas originales. Los clubes no colombianos ni españoles tienen una presencia meramente testimonial.

La naturaleza

En esta región del mundo no hay que esforzarse porque las plantas crezcan; lo difícil es evitar que lo hagan. Así, en cualquier rincón de la ciudad crecen palmeras y muchas otras especies de exuberantes árboles. Sin embargo, en otras partes el verde está casi erradicado, y de hecho los parques al estilo europeo son una rareza. La gran excepción es el Jardín Botánico, situado cerca de Prado, una micromuestra de la exuberante naturaleza colombiana. En él pueden verse especímenes de las muchas y maravillosas aves que pueblan la nación, así como de sus excepcionales mariposas y de las muy populares iguanas, lentas pero excelentes trepadoras (ver recorrido subjetivo aquí). Otra excepción es el Parque Arví, que no forma parte de la ciudad propiamente dicha, y al que sólo se puede llegar tras un largo trayecto en Metrocable. Se trata de una extensa reserva boscosa con vegetación casi totalmente europea, lo que puede verse como una ventaja o una desventaja.

En cuanto a la naturaleza salvaje, tuve ocasión de conocerla gracias a la generosidad de mis anfitriones en Prado, quienes me invitaron a su finca en la localidad de San Rafael, a 114 kms de Medellín. Se trata de una zona exuberante, montañosa como casi todo el país, cuya naturaleza sufrió primero por la ganadería -la cual convirtió los montes en potreros (cercados para la cría de ganado)- y luego por la guerra del narcotráfico, que dejó la zona medio arrasada. Hoy día, no obstante, está muy regenerada, y la finca que visité había revertido a un estado selvático casi virgen. También está la región amazónica, en el sur del país, que no he podido visitar.

La universidad


Lo ultimísimo en teoría política.

Como ya he mencionado alguna vez, Colombia tiene un potencial casi infinito, pero para desarrollarlo debe dar algunos saltos decisivos de progreso, y uno de ellos es optimizar su educación. La universidad de Antioquia pasa por ser una de las mejores del país, y realmente no quiero imaginarme cómo serán las peores, porque seguro que hay mítines de Izquierda Unida y Podemos con más pluralidad ideológica que en esta malhadada institución. Fue simplemente desolador entrar a visitarla y encontrarme con una colección casi infinita de grafitis dedicados a los tótems y lemas más rancios de la izquierda radical, caducados hace como mínimo medio siglo, sin faltar los imprescindibles «mártires asesinados por la brutalidad policial» (ver ejemplos aquí, aquí, aquí, aquí y aquí).

Ése es el ambiente en el que deben desarrollarse las mentes que liderarán el país en el futuro. ¿A alguien puede extrañarle que hoy día, esta universidad sea casi más conocida por sus constantes movilizaciones y algaradas que por su nivel académico? Imagínense nuestra Complutense multiplicada por cinco, y sin el entorno europeo para amortiguar. Tampoco faltan las agresiones a profesores, ni más de un centenar de atracos anuales. Latinoamérica lleva décadas entrando y saliendo del totalitarismo comunista, y es un peligro muy lejos de disiparse; tan sólo el descomunal fracaso de Venezuela y la sangre derramadas por las FARC ejerce a día de hoy de vacuna efectiva, pero no permanente.

Las motos

Los vehículos de dos ruedas le disputan a los taxis la supremacía del tráfico en Medellín. Es una ciudad con miles y miles de motos, que tienen la curiosa costumbre de circular en grupo aunque sus conductores no se conozcan, y con el mismo desprecio hacia el peatón que los coches; aquí el motor siempre tiene prioridad. Se suele circular con casco, aunque tampoco es una condición sine qua non, y en algunas zonas se prescinde de él casi por completo. Es el caso de Moravia, una barriada popular, llena de billares, bazares y pequeños bares (qué frase tan musical), por cuyas estrechas calles circulan multitud de jovencitos y jovencitas en scooters. Está prohibido llevar paquete («parrillero») en la ciudad, a menos que sea padre, hijo o hermano (auténtico).

La popularidad de la moto es comprensible por su baratura y capacidad para moverse por un tráfico infernal, pero tiene efectos terriblemente perniciosos. Para empezar, muchas son horriblemente ruidosas (a menudo de forma deliberada), pero lo peor es que el mantenimiento que requieren ha convertido a Medellín en, probablemente, la ciudad con más talleres mecánicos de la Tierra. Estos ocupan docenas de hectáreas, y ciertamente no transmiten una imagen bonita: la mayoría son sucios, viejos y descuidados, y lo peor es que ocupan enormes zonas del centro, pegados a puntos neurálgicos como el Parque Berrío. Son sin duda el mayor problema urbanístico de la ciudad junto con la infravivienda, y Medellín no dará el salto a la modernidad hasta que los reorganice de algún modo.

La muerte

Uno de los lugares más famosos de Prado Centro es el «Cementerio Museo» de San Pedro, considerado de gran valor artístico, y en el cual se celebran actos culturales regularmente. En sus cercanías hay muchos negocios dedicados a una singular industria del país: las lápidas. Un nicho colombiano puede ser como los europeos, cubierto por una placa de mármol con el nombre del finado y una dedicatoria de su familia, pero muchos optan por un modelo muy diferente, con textos e imágenes en color impresos en metacrilato. La composición siempre incluye una foto de la persona fallecida, y suele ir acompañada de motivos religiosos, pero también puede tener un simple paisaje de fondo o lo que se quiera. Como mencioné antes, en muchas de ellas se incluye el escudo del equipo del fallecido (ejemplos aquí y aquí).

Desde luego, estas lápidas son tremendamente chocantes al principio. Uno no está acostumbrado a que un muerto lo mire desde su tumba, y para una mentalidad europea es algo un tanto exhibicionista. No obstante, tras un periodo de reflexión adquiere cierta lógica: al fin y al cabo, es algo mucho más personal que una fría piedra, y nos recuerda que un muerto no es un simple nombre, sino alguien que fue muy real, y que muchos se fueron en la flor de la vida, algunos como simples adolescentes. Otras singularidades son incluir el mote del fallecido en la lápida, o que en la foto aparezca la persona bailando en plena rumba. ¿Quién sabe si llegaremos a ver este tipo de lápidas en nuestro entorno? Lo del escudo del equipo puede parecer demasiado, pero sinceramente no pondría la mano en el fuego por que no lleguemos a hacerlo.
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